La reciente propuesta del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, para nominar a Donald Trump al Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos en la búsqueda de un cese al fuego en Gaza, ha vuelto a poner de relieve el autoproclamado papel mediador del mandatario estadounidense en conflictos internacionales. Si bien su intervención en la actual escalada en Oriente Medio es el foco de atención, desde el principio Trump ha buscado cultivar una imagen de «pacificador», con afirmaciones de intermediación en diversas tensiones globales.

Desde la supuesta prevención de una guerra nuclear entre India y Pakistán, un logro que Delhi ha negado rotundamente, la trayectoria diplomática de Trump se caracteriza por un enfoque no convencional. Sus gestiones incluyen también el acuerdo de paz entre la República Democrática del Congo y Ruanda, la búsqueda de una solución al conflicto entre Ucrania y Rusia o la mediación por el control del Nilo.

A estos se suman los célebres Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones entre Israel y varias naciones árabes, presentados como un hito diplomático. Pese a ello, pocas de estas acciones de mediación cuentan con un reconocimiento unánime. Exploremos algunas de ellas.

Tensiones entre India y Pakistán

La idea de Trump como pacificador tiene su origen en su primer mandato.  En febrero de 2019, las tensiones entre India y Pakistán (ahora reactivadas de nuevo) se dispararon tras un ataque terrorista en Pulwama, Cachemira India, que mató a más de 40 soldados indios y se atribuyó un grupo terrorista con sede en Pakistán, Jaish-e-Mohammed. India respondió con ataques aéreos dentro de Pakistán, lo que llevó a represalias paquistaníes y a la captura de un piloto indio. La situación escaló rápidamente, generando preocupación internacional por el riesgo de un conflicto a gran escala entre dos potencias nucleares.

Donald Trump afirmó en varias ocasiones haber jugado un papel crucial en la desescalada de la crisis. En julio de 2019, Trump declaró: «Tuvimos una situación muy peligrosa con India y Pakistán, y se detuvo gracias a mi participación». Su administración sugirió que la presión de Estados Unidos contribuyó a la liberación del piloto indio y a la reducción de las hostilidades. 

Sin embargo, tanto India como Pakistán han minimizado o rechazado la influencia directa de Trump en la desescalada. India, en particular, enfatizó que la liberación de su piloto fue resultado de sus propias presiones y de los convenios internacionales, no de la mediación externa. Analistas y diplomáticos señalaron que la reducción de las tensiones se debió más a la diplomacia interna entre los dos países, la presión de otros actores internacionales como China y la propia lógica de desescalada para evitar un conflicto nuclear, más que a una intervención decisiva de Trump. 

La gran disputa del Nilo

La Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD) en el río Nilo Azul ha sido una fuente importante de tensión entre Etiopía, Egipto y Sudán. Egipto, que depende casi por completo del Nilo para su suministro de agua, teme que la presa reduzca drásticamente su caudal de agua. Sudán tiene preocupaciones sobre la seguridad de la presa y la gestión del flujo de agua. Etiopía, por su parte, considera la presa crucial para su desarrollo económico y la generación de energía. Las negociaciones tripartitas se estancaron repetidamente, lo que llevó a la preocupación por una posible escalada.

La administración Trump se ofreció a mediar en la disputa y organizó varias rondas de negociaciones en Washington a finales de 2019 y principios de 2020. Estados Unidos y el Banco Mundial actuaron como observadores. La Casa Blanca afirmó haber facilitado un borrador de acuerdo que abordaba cuestiones clave como el llenado y la operación de la presa. Donald Trump expresó confianza en que se alcanzaría un acuerdo.

A pesar de los esfuerzos de mediación de Estados Unidos, las negociaciones se estancaron y Etiopía se retiró de las últimas rondas de conversaciones en febrero de 2020, acusando a Estados Unidos de favorecer a Egipto. Etiopía, por otro lado, rechazó el borrador de acuerdo propuesto por EE. UU. argumentando que infringía su soberanía sobre el Nilo Azul. Posteriormente, las negociaciones se reanudaron bajo los auspicios de la Unión Africana, aunque las partes no lograron un acuerdo vinculante sobre el llenado y la operación de la presa. La intervención de Trump no logró un acuerdo duradero y vinculante, y la disputa sobre la GERD sigue siendo una fuente de tensión regional.

La invasión Rusa de Ucrania

El 24 de febrero de 2022, Rusia inicia una invasión a gran escala contra su vecina Ucrania.  Este conflicto, que tiene raíces en la anexión de Crimea en 2014 y el apoyo ruso a los separatistas en el Dombás, ha causado una devastadora crisis humanitaria y geopolítica. Ucrania, con el apoyo de sus aliados occidentales, se ha resistido a la agresión rusa, mientras que Rusia busca desmilitarizar y «desnazificar» Ucrania, así como asegurar sus intereses de seguridad.

En su campaña presidencial, Donald Trump expresó repetidamente su capacidad y deseo de resolver el conflicto entre Ucrania y Rusia en «24 horas» si fuera presidente. Sus partidarios argumentan que su estilo de negociación, su relación previa con Vladimir Putin y su voluntad de priorizar el «trato» sobre la ideología lo harían un mediador efectivo. La narrativa de Trump es que su regreso al poder traería la paz rápidamente.

Pese a ello, la realidad se empecina en demostrar lo contrario. Sus declaraciones a menudo han sido contradictorias, y su historial de elogiar a Putin y cuestionar el apoyo a Ucrania (con el punto álgido de la bochornosa reunión con el presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, en febrero de este año), amén de un comportamiento errático en la entrega de material militar al país agredido, dificulta enormemente la defensa eficaz ucraniana.

En todo caso, la complejidad del conflicto, las profundas diferencias entre las partes y la necesidad de garantías de seguridad a largo plazo para Ucrania hacen que una solución rápida sea inverosímil para la mayoría de los analistas. Además, la posibilidad de que Trump presione a Ucrania para ceder territorio a Rusia es una preocupación significativa, lo que no sería visto como un «logro» por muchos, sino como una capitulación.

Mediación en el conflicto República Democrática del Congo-Ruanda

La República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda han tenido una relación tensa durante décadas, marcada por acusaciones de apoyo a grupos rebeldes transfronterizos, especialmente el grupo M23 en la RDC. Ruanda acusa a la RDC de colaborar con las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda (FDLR), un grupo rebelde formado por remanentes de los genocidas de 1994, mientras que la RDC acusa a Ruanda de apoyar al M23 para desestabilizar el este del Congo y explotar sus vastos recursos minerales. Los enfrentamientos armados y la crisis humanitaria en el este del Congo son una preocupación constante.

Se informó que Catar, con la supuesta implicación de la administración Trump, habría mediado en un acuerdo de paz entre la RDC y Ruanda. La narrativa es que la influencia de Estados Unidos, combinada con la diplomacia de Catar, facilitó conversaciones y un entendimiento que podría llevar a una desescalada y normalización de las relaciones. Los detalles específicos del acuerdo mediado son escasos, pero se proyectó como un paso hacia la estabilidad regional.

A pesar de los informes iniciales, la situación en el este de la RDC sigue siendo volátil. Los enfrentamientos entre el M23 y las fuerzas congoleñas continúan, y las acusaciones mutuas entre Kinshasa y Kigali persisten. Muchos observadores dudan de la efectividad a largo plazo de cualquier acuerdo mediado si no se abordan las causas profundas del conflicto, incluyendo la explotación de recursos, la presencia de grupos armados y la desconfianza histórica. La falta de una paz duradera y la continuación de la violencia sugieren que cualquier mediación, incluida la que supuestamente involucró a Trump, ha tenido un impacto limitado hasta el momento en la resolución del conflicto.

Los Acuerdos de Abraham

Antes del 2020, solo dos naciones árabes, Egipto y Jordania, tenían acuerdos de paz con Israel. La normalización de las relaciones entre Israel y los estados árabes era un objetivo de larga data para la diplomacia estadounidense. La administración Trump buscó una nueva estrategia para la paz en Oriente Medio, que se desvió del enfoque tradicional de priorizar una solución al conflicto palestino-israelí como precondición para una normalización más amplia.

La administración Trump orquestó una serie de acuerdos que llevaron a la normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (13 de agosto de 2020), Baréin (11 de septiembre de 2020), Sudán (23 de octubre de 2020) y Marruecos (10 de diciembre de 2020). Estos acuerdos, colectivamente conocidos como los «Acuerdos de Abraham», se presentaron como un hito diplomático histórico, que reconfiguraba la política en Oriente Medio y demostraba que la paz era posible sin la resolución previa del conflicto palestino-israelí. La Casa Blanca subrayó la visión y el liderazgo de Trump para lograr estos avances.

Si bien los Acuerdos de Abraham son ampliamente reconocidos como un logro diplomático significativo, han sido criticados por no abordar la cuestión palestina, lo que muchos consideran el corazón del conflicto en Oriente Medio. Los críticos argumentan que los acuerdos sirvieron para aislar aún más a los palestinos y socavar su causa.

Además, se señaló que algunos de los acuerdos se lograron a cambio de concesiones significativas de Estados Unidos: la venta de F-35 a los EAU, la eliminación de Sudán de la lista de estados patrocinadores del terrorismo y el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. A pesar de estas críticas, la normalización de relaciones ha continuado, y la mayoría de los observadores coinciden en que los Acuerdos de Abraham representan un cambio sustancial en la dinámica regional.

Conclusión

El recorrido por las diversas mediaciones atribuidas a Donald Trump revela un patrón de diplomacia audaz y a menudo poco convencional. Desde su afirmación de haber evitado una guerra nuclear entre India y Pakistán hasta los históricos Acuerdos de Abraham, la impronta de su administración en la escena internacional es innegable. Sin embargo, la narrativa de sus «logros» a menudo choca con realidades más matizadas, donde la efectividad de su intervención es debatida y los intereses geopolíticos subyacentes son complejos.

La nominación al Nobel por sus esfuerzos en Gaza resalta esta dualidad: una figura que, para algunos, encarna la esperanza de la paz a través de la negociación, y para otros, representa una aproximación que a menudo simplifica conflictos intrincados. Su legado mediador, por lo tanto, es muy controvertido y continuará siendo objeto de análisis y debate en los años venideros.

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