Este domingo, Japón concurrirá a las urnas para renovar la mitad de la Cámara de Consejeros, cámara alta de la Dieta Nacional (el parlamento nipón). Si bien se trata de una suerte de Senado con poder casi simbólico (es la Cámara de Representantes, que fue renovada en octubre pasado, la que inviste al primer ministro y gobernante del país), algunos pormenores hacen de esta una batalla electoral clave para definir el futuro político del país del Sol Naciente.

Los comicios de Consejeros se realizan cada tres años, en ellos solo se renueva la mitad de la Cámara, con los electos ocupando su cargo por seis años. Se disputan 124 escaños, 74 de los cuales representan a las cuarenta y siete prefecturas en las que está dividido el país insular, y otros 50 elegidos por representación proporcional a nivel nacional. Los Consejeros pueden bloquear leyes (aunque los Representantes pueden anular este veto con un voto de dos tercios) y ejercer una presión institucional clave, pero su verdadero poder reside en generar una representación regional blanda y la elección actúa más como termómetro político cuando no hay elecciones generales.

En el contexto de una grave crisis económica y social, el primer ministro Shigeru Ishiba, del conservador Partido Liberal Democrático (LDP), pondrá en juego la mayoría de la coalición que sostiene en la cámara alta con el partido religioso budista Komeito, la cual ya está en minoría en la cámara baja. Si la perdiera, Japón podría verse empujado a un espiral de inestabilidad parlamentaria cada vez más angustiante en medio de la apatía social, por un lado, y del ascenso de posiciones populistas y discursos agresivos que inflaman el ambiente, por el otro.

Un contexto complicado

La justa electoral del domingo tiene lugar tan solo nueve meses después de las últimas elecciones generales, que dieron como resultado una hecatombe para el gobernante y dominante LDP, el cual desde 1955 ha encabezado el ejecutivo nipón con tan solo dos interrupciones muy breves. Si bien el partido obtuvo el segundo peor resultado de su historia, Ishiba pudo aprovechar la casi total atomización del parlamento entre sectores políticos muy contrapuestos para retener el cargo que había obtenido tan solo tres semanas atrás de manos del renunciante Fumio Kishida pero con un poder cada vez más disminuido.

Ishiba es el tercer primer ministro que Japón ha tenido en los últimos cinco años, cuando el carismático líder Shinzo Abe (que gobernó durante la mayor parte de la década de 2010 y marcó una era en la política japonesa), dimitió por motivos de salud. Desde la renuncia y posterior asesinato de Abe en 2022 (precisamente durante la campaña de la última elección de Consejeros), los sucesivos gobiernos han visto el agravamiento de múltiples frentes de crisis que han provocado un disparo en el descontento.

En principio, Japón está sufriendo una angustiante crisis demográfica. El 40% de los japoneses tiene más de sesenta años (lo que lo convierte en el país más envejecido del mundo) y la nación registra cada vez menos nacimientos (unos 690 mil en 2024), lo que lo deja como uno de los pocos países que, si continúa la tendencia, habrá perdido para 2100 la mitad de su población. Frente a este dramático panorama, que puede provocar un sinnúmero de trastornos sociales y económicos, al históricamente cerrado Japón no le ha quedado otro remedio que recibir más inmigrantes, en su mayoría provenientes de China o del subcontinente indio.

Si bien la mayoría de los japoneses son receptivos a la migración (o al menos reconocen su urgente necesidad), el arribo migratorio ha reflotado discursos xenófobos y racistas que en Japón llevaban décadas dormidos. El país es muy sensible en el manejo de su imagen internacional (como un antiguo imperio colonial que, en aras del supremacismo étnico, cometió genocidios a gran escala en toda Asia Oriental) y la xenofobia era desde hacía más de setenta años vista como un tabú. Hoy se están suscitando más y más debates al respecto. El LDP, que por su ideología amplia (con nacionalistas cerrados y pragmáticos tecnócratas dentro) no ha sabido sostener una política migratoria seria, no ha estado a la altura de las circunstancias.

En el campo económico, el último año ha estado marcado por el estallido de una dura crisis por el precio del arroz, alimento básico para la mayoría de la población. Un período de desastres naturales y malas cosechas han llevado a que el cereal duplique su valor en unos pocos meses, aumentando considerablemente el descontento en áreas urbanas. Por si esto fuera poco, los intentos de Ishiba de combatir el malestar con políticas enfocadas a paliar el costo (como vender arroz del gobierno a los minoristas) le granjearon el repudio de los productores agrícolas. Esto último ha sido devastador para el oficialismo: las áreas rurales han sido por décadas el más férreo y vital bastión del LDP.

¿Quién enfrenta al LDP? Del CDP a la ultraderecha

Visto por décadas como la formación garante del crecimiento económico y la estabilidad política del Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial, el LDP ha sabido mantener el poder gracias a su estrecha vinculación con el empresariado, que en ocasiones roza la colusión. Asimismo, el partido se beneficia de la división que aqueja a sus oponentes. No ahora, sino desde siempre. La histórica desunión de la oposición japonesa queda fácilmente explicada en su falta de un programa concreto y aglutinador, lo cual quedó más que evidenciado no solo durante el largo gobierno del LDP sino en sus dos únicas derrotas.

En 1993 el partido perdió la mayoría y el liberal Morihiro Hosokawa logró unificar a siete partidos en una coalición para aprobar una reforma al sistema electoral (sesgado a favor del partido gobernante), pero como esa era la única política en la que estaban de acuerdo todos, la coalición rápidamente colapsó en luchas internas y el LDP volvió al gobierno al año siguiente.

En 2009, el Partido Demócrata de centroizquierda reventó las urnas y expulsó al LDP del poder por abrumador margen, pero su mandato estuvo marcado por el declive económico de la crisis de la época y el desastre nuclear de Fukushima de 2011, a lo que se suma uno de los períodos de menor productividad parlamentaria fruto de los conflictos internos del partido (creado solo para ser “anti-LDP”), y en 2012 el LDP liderado por Abe retornó con una victoria tan fuerte como la derrota que había sufrido.

El panorama actual es aún más desolador que en esas ocasiones. El Partido Demócrata Constitucional (CDP) es hoy el principal partido de la oposición, es liderado por Yoshihiko Noda (predecesor de Abe y más reciente primer ministro ajeno al LDP). Aunque ha ido ganando votos en los últimos años y en octubre pasado obtuvo su mejor resultado hasta el momento, el CDP ha estado demasiado vinculado al gobierno fracasado del período 2009-2012. Mientras la crisis financiera y Fukushima sigan en la memoria de los japoneses, es poco probable que pueda ganar por sí solo, mucho menos con Noda como líder.

La elección ha estado marcada por la irrupción del partido de ultraderecha Sanseitō (su traducción literal al español sería “Partido de la Participación Política”, aunque algunos medios angloparlantes lo han traducido como “Partido Hazlo Tú Mismo”), liderado por Sohei Kamiya, un teórico de la conspiración que saltó a la fama internacional en la campaña de 2022 cuando declaró que “protegería a Japón de venderse al capital judío”. Con un amplio despliegue digital, este partido ha buscado captar el voto de los electores más apáticos y apartados, como los varones jóvenes.

Aunque para muchas personas politizadas Sanseitō y los planteos de sus militantes puedan parecer casi una broma (como, por ejemplo, sugerir que la migración es un “complot chino” para desaparecer la raza japonesa), la formación extremista ha ido escalando en las encuestas en los últimos meses. Sus cuentas en redes triplican a las del LDP o el CDP. Asimismo, los beneficia que son el único partido que no se tomó la elección de Consejeros con apatía: han organizado concentraciones, mítines y repartos de volantes masivos. Con esta campaña agresiva y vehemente, a pocos de sus partidarios parece importarles que uno de sus dirigentes, Manabu Matsuda, declarara que las vacunas eran “un arma homicida”.

Los liderazgos femeninos están acotados a la izquierda. En esas coordenadas respectó al CDP está el Partido Comunista, uno de los partidos más antiguos del país que compite por primera vez liderado por una mujer, Tomoko Tamura, y el Partido Socialdemócrata liderado por Mizuho Fukushima. El único otro partido de carácter progresista es Reiwa, liderado por Tarō Yamamoto. Aunque han sabido tener bases de apoyo importantes y han cooperado con otros partidos opositores en el pasado, no parecen dirigirse a un mejor resultado esta vez.

El lado de la derecha ha estado monopolizado por la irrupción de Sanseitō: el partido “Ishin” (Innovación) parecía encaminado a ser la principal fuerza populista de derecha hasta que el nuevo partido le robó cámara. Luego está el moderadamente conservador Partido Democrático por el Pueblo, de Yuichiro Tamaki, que es hoy el principal aliado parlamentario de Ishiba fuera de su coalición. Este panorama cierra el amplio abanico de partidos (hasta nueve) con posibilidades de obtener representación en la cámara alta nipona.

Shigeru Ishiba en su primer discurso como Primer Ministro. Fuente: Gobierno de Japón

Perspectivas

Aunque una lectura general indica que el LDP va directo a un nuevo revés, tiene a su favor algunos puntos. Para empezar, los japoneses no suelen reaccionar bien a la incertidumbre política (que suele traducirse en incertidumbre económica). Si bien hasta ahora el gobierno no ha dado certezas, puede exhibir que el panorama opositor es igualmente incierto. Los períodos de mayor debilidad del LDP se asocian con baja productividad legislativa y ejecutivos débiles.

Tras las últimas elecciones, Japón pasó a tener uno de los parlamentos más atomizados de su historia, la primera desde 1955 en la que el partido más grande no tuvo al menos 200 escaños (de 465). Aunque Japón ha tenido varios gobiernos de coalición a lo largo de su historia, en general ha estado acostumbrado a las mayorías absolutas, y hoy su discurso político se encuentra en un momento de gran polarización. Por tanto, es difícil creer que el país esté preparado para entrar en una cultura de parlamentarismo sin mayorías.

En ese contexto, hay dos resultados posibles: o bien el LDP sufre una derrota catastrófica que precipite la caída de Ishiba (se realizarían nuevas elecciones para cubrir el liderazgo del partido) o bien los japoneses se asustan ante la perspectiva de un período incierto y rescatan al oficialismo votándolo con la nariz tapada. Sea como fuere, Japón se apresta a una votación que mira mucho más allá de los cargos que se cubrirán (en gran medida ceremoniales), poniendo a prueba convenciones y modelos políticos que lo han dominado durante décadas.

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