Pese a no abrir ningún telediario, África está experimentando cambios políticos en varios países donde sus gobiernos están cuestionando y llegando a romper sus lazos con sus antiguas metrópolis, particularmente Francia. Este movimiento, a menudo descrito por analistas y ciudadanos africanos como una «segunda independencia», surge del creciente descontento con las relaciones neocoloniales que se han mantenido durante décadas y explica parte de las crisis económicas de nuestros vecinos europeos. 

El epicentro de este cambio se encuentra en la región del Sahel, un área marcada por la inestabilidad política, el terrorismo y una fuerte presencia militar francesa durante años. La percepción generalizada es que esta intervención no solo ha fracasado a la hora de mejorar la seguridad, sino que también ha perpetuado la dependencia y ha beneficiado más a los intereses de las élites locales y extranjeras que a la población.

El resentimiento se ha manifestado en múltiples golpes de Estado y en un ambiente antifrancés. Este malestar popular se ha visto capitalizado por líderes militares y movimientos políticos que buscan aprovechar el descontento para legitimar su poder. Los casos más emblemáticos han ocurrido en Níger, Burkina Faso y Mali, si bien el movimiento ha repercutido en otros países. 

Este proceso de descolonización de facto no se limita a lo militar y político; también se extiende al ámbito económico. La persistencia de acuerdos como el uso del franco CFA, una moneda vinculada al euro y controlada por el Banco de Francia, es percibida como una herramienta de control y un obstáculo para el desarrollo económico autónomo.

Fuente de la cartografía: El Orden Mundial

Las causas detrás del cambio: El cuestionamiento de la «Françafrique»

El actual repliegue de las potencias occidentales, en particular Francia, no es un fenómeno casual, sino el resultado de factores históricos, políticos y socioeconómicos que han eclosionado en estas rupturas. 

Una de las causas principales es el fracaso de la estrategia militar francesa. Durante años, París mantuvo una fuerte presencia en el Sahel para combatir a grupos terroristas, con operaciones como Barkhane. Sin embargo, la percepción en la región es que esta intervención no solo no resolvió el problema de la inseguridad, sino que lo agravó. La población se sintió cada vez más vulnerable y los gobiernos, a pesar del apoyo francés, no lograron estabilizar sus territorios. Este fracaso militar erosionó la legitimidad de las élites locales y de la propia Francia como socio de seguridad fiable.

A esta frustración se suma la persistente sensación de neocolonialismo. El término «Françafrique», que ya se ha tratado con anterioridad, se usa para describir las complejas redes de influencia que han permitido a Francia mantener un control económico y político sobre sus antiguas colonias. Instrumentos como el franco CFA, utilizada en 14 países africanos, son percibidos como símbolos de esta dependencia. Los críticos argumentan que esta moneda limita la soberanía económica y frena el desarrollo.

El malestar social y político es otro factor crucial. La corrupción endémica de las élites locales, la falta de oportunidades económicas para una población mayoritariamente joven y el aumento de la pobreza han generado un profundo descontento. Los gobiernos, a menudo respaldados por Francia, no han logrado satisfacer las expectativas de sus ciudadanos, y esto ha llevado a un rechazo de todo lo que represente el status quo. Las protestas populares y los golpes de Estado han canalizado esta ira hacia la antigua metrópoli, a la que se responsabiliza de apoyar a regímenes impopulares.

Obviamente, esta reacción no se ha dado de forma unitaria, sino que en cada país ha eclosionado de forma distinta. 

País por país

Burkina Faso

Tras un golpe de Estado de 2022, la junta militar que tomó el poder, liderada por el capitán Ibrahim Traoré, adoptó una postura decididamente antifrancesa. Las acciones concretas fueron contundentes: primero, exigieron la retirada de las tropas galas del territorio, poniendo fin al acuerdo militar que permitía su presencia para combatir el yihadismo. Al mismo tiempo, las protestas en el país tomaban las calles y las banderas francesas desaparecían de los mástiles y edificios gubernamentales dando paso al blanco, azul y rojo de la bandera de Rusia.

Posteriormente, Burkina Faso ordenó la salida del embajador francés y suspendió la emisión de la cadena de televisión France 24 y la estación de radio RFI, acusándolas de sesgo y de difundir información falsa. Estas medidas drásticas buscaron reafirmar la soberanía nacional y forjar nuevas alianzas, especialmente con Rusia, vista como un socio dispuesto a colaborar sin las «ataduras» de la antigua metrópoli.

Níger

El golpe de Estado en Níger en julio de 2023, que derrocó al presidente Mohamed Bazoum, un aliado clave, fue un duro golpe para la política exterior francesa. París reaccionó con una mezcla de firmeza diplomática y pragmatismo, aunque la situación la obligó a un repliegue sin precedentes.

Inicialmente, Francia exigió la restitución del orden constitucional y la liberación del presidente Bazoum, apoyando las sanciones de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO). París mantuvo a sus 1.500 soldados en el país, resistiéndose a las demandas de la junta militar para que se retiraran. Esta postura fue respaldada por las declaraciones del presidente Macron, que rechazó la legitimidad de los golpistas.

Sin embargo, el apoyo popular a la junta y la falta de una intervención regional obligaron a Francia a ceder. En septiembre, el presidente Macron anunció la retirada total de sus tropas y del embajador francés en Níger, un cambio drástico que puso fin a décadas de presencia militar francesa en el país.

Esta decisión no solo marcó el fin de una era en las relaciones bilaterales, sino que también fue vista como una derrota estratégica para Francia, que perdía a su último gran socio en la lucha contra el terrorismo en el Sahel. La reacción final fue la de un país que se veía forzado a abandonar su posición de liderazgo en la región.

Mali: El epicentro de la ruptura con Francia

Mali se ha convertido en el caso más emblemático del giro antifrancés en el Sahel. Tras los golpes de Estado de 2020 y 2021, la junta militar liderada por el coronel Assimi Goïta tomó medidas drásticas para romper con la influencia francesa y reafirmar la soberanía nacional. El proceso fue gradual pero inexorable.

La primera y más significativa reacción fue la expulsión de las tropas francesas. A pesar de años de colaboración en la Operación Barkhane contra los grupos yihadistas, el gobierno maliense consideró que la presencia militar de Francia no era efectiva y la percibió como una injerencia en los asuntos internos. Las manifestaciones populares, en las que se quemaron banderas francesas y se aclamó a Rusia, reforzaron la postura de la junta. Esta presión culminó con la retirada total de las fuerzas francesas en agosto de 2022.

El gobierno de transición no se detuvo ahí. El embajador francés en Bamako fue declarado persona non grata y se le ordenó abandonar el país, cortando así los lazos diplomáticos al más alto nivel. Además, Mali suspendió la emisión de medios de comunicación franceses, como RFI y France 24, a los que acusó de parcialidad y de socavar el proceso de transición.

Esta ruptura con Francia ha ido de la mano con una aproximación a nuevos socios estratégicos. La junta maliense ha fortalecido su cooperación militar con Rusia, lo que ha llevado al despliegue de mercenarios del Grupo Wagner en el país, que han sustituido a las tropas francesas en la lucha contra el terrorismo.

Este giro geopolítico radical no solo ha cambiado las alianzas de Mali, sino que también ha servido de modelo para otros países de la región, como Burkina Faso y Níger, que han seguido un camino similar de rechazo a la antigua metrópoli y de acercamiento a Moscú. En Mali, la ruptura con Francia es vista como un paso fundamental hacia una soberanía plena.

Otros países

El fenómeno de rechazo a la influencia francesa se está extendiendo a otros países de África Occidental y Central, mostrando que no es un caso aislado. En Senegal, el nuevo gobierno ha expresado su intención de revisar los acuerdos militares y económicos con Francia, incluyendo el polémico franco CFA, para lograr una soberanía «total», así como el cierre de las bases militares francesas. 

En Guinea-Conakri, tras el golpe de Estado de 2021, la junta militar ha reducido la cooperación con su ex metrópolis gala, optando por una postura más soberana en sus relaciones internacionales. En Chad, aunque la relación se mantiene, el gobierno de transición ha tenido que lidiar con la creciente presión popular y ha habido protestas contra la presencia militar francesa, lo que sugiere un cambio en la dinámica. 

Incluso en países tradicionalmente aliados como Costa de Marfil, se ha visto un aumento del discurso nacionalista y un cuestionamiento de los acuerdos económicos y militares, lo que indica que el sentimiento de «segunda independencia» es un movimiento continental que sigue ganando fuerza.

Nuevos aliados

El vacío dejado por el declive de la influencia francesa y el creciente resentimiento contra las antiguas metrópolis están siendo hábilmente aprovechados por China, que se ha posicionado como un socio alternativo en el continente africano. A diferencia de las potencias occidentales, Pekín enfoca su relación en la cooperación económica y el principio de no injerencia en los asuntos internos, una postura que resuena muy bien entre los gobiernos que buscan una mayor autonomía.

China ha logrado convertirse en el principal socio comercial de África, superando a Estados Unidos y a Europa. El modelo de este país se basa en un enfoque de «infraestructuras por recursos«, donde las empresas chinas construyen carreteras, ferrocarriles, puertos, y redes de telecomunicaciones a cambio de acceso a recursos naturales clave. Esto ha permitido a China extender su influencia de manera significativa.

Además de lo económico, la influencia de China se extiende a la cooperación en seguridad y tecnología. Pekín ha suministrado equipos de vigilancia y armas a varios gobiernos africanos, y sus empresas tecnológicas, como Huawei, están a la vanguardia de la construcción de redes 5G, lo que les da una posición estratégica. Aunque las críticas sobre la sostenibilidad de la deuda y la falta de transparencia en los acuerdos son recurrentes, muchos líderes africanos ven en China a un socio más pragmático y menos moralizante.

Otro actor que ha buscado sustituir a las potencias europeas, especialmente en el Sahel, es Rusia. A diferencia de China, su influencia se centra principalmente en la cooperación militar y de seguridad. Tras el deterioro de las relaciones con Francia, países como Mali, Burkina Faso y Níger han recurrido a Moscú en busca de apoyo. La antigua república socialista ha suministrado equipamiento militar y formación, y ha desplegado mercenarios del Grupo Wagner, que han sustituido a las tropas francesas en la lucha contra el terrorismo.

Esta alianza ha sido particularmente atractiva para las juntas militares, ya que Rusia se presenta como un socio que no impone condiciones sobre democracia o derechos humanos. El Kremlin ha capitalizado el resentimiento popular contra la «Françafrique», ofreciendo una alternativa que promete seguridad y una total soberanía, lo que ha consolidado su posición como un nuevo y poderoso actor en la geopolítica africana.

¿Un nuevo actor mundial?

Está por ver si los países africanos, ricos en recursos naturales, la mayor población joven del planeta y unas posibilidades de desarrollo ingentes por delante, pueden completar su descolonización y ganar autonomía plena, pero por el momento sí están provocando que Francia empiece a tener problemas con los suministros de uranio para sus centrales nucleares, por no hablar del problema financiero que le supone perder el uso del franco CFA y el resto de contratos públicos. 

Por el momento, el país europeo se ha visto reemplazado por nuevos actores globales: Rusia, que ofrece cooperación militar y seguridad sin condiciones políticas, y China, que se ha consolidado como un socio económico clave a través de inversiones en infraestructuras. Se trata de un patrón repetido a lo largo de toda África subsahariana, liderando un cambio continental. Esta reconfiguración de alianzas marca el fin de la hegemonía occidental en toda la zona y el inicio de una nueva era en la que los países africanos buscan jugar su propia partida en el tablero mundial.

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