Feijóo y Ayuso. Acercarse a VOX gradualmente intentando no perder al votante moderado o de manera directa y sin frenos. Con esa dicotomía puede representarse la actual división existente en el seno de un Partido Popular, que parece verse entrando en la Moncloa de un momento a otro. Esta división no es, sin embargo, la única que ha habido en la historia del partido, tampoco la más profunda.

“Galego coma ti” (gallego como tú) fue el eslogan diseñado por Xosé Luis Barreiro para la candidatura de Alianza Popular a las primeras elecciones de la Xunta de Galicia, en 1981. Estas elecciones se enfocaron en intentar traer el escenario político nacional al ámbito autonómico, algo normal teniendo en cuenta la situación de un país que arrancaba su etapa democrática. Esta estrategia se conoce muchas veces como “nacionalizar” una campaña.

La identidad autonómica y el centralismo pasaron a ser los ejes sobre los que giraba gran parte de la vida política y en Alianza Popular esto salió a relucir en 1990, cuando con el cambio de nombre llegó también un nuevo enfoque que buscaba reducir la importancia de las Comunidades Autónomas. Nacen así, a la vez, el Partido Popular y la división que marcaría la mayor parte de su historia. ¿Cuáles son los bandos en esta división? ¿Cuáles han sido sus grandes choques? ¿Siguen presentes a día de hoy? 

De boinas y birretes.

Fraga y Aznar en el congreso de 1990. (Fuente: COPE)

Vamos a comenzar sin salir de Galicia para hablar de la primera parte de este binomio popular: las boinas. El propio nombre ya da pistas de qué nos vamos a encontrar dentro de esta categoría, haciendo referencia simbólica al político de origen rural, vinculado al mundo agrario y con una profunda vinculación autonómica y local.

La consolidación de esa corriente coincide con la expansión autonómica del Estado español, desarrollada en la Constitución del 78. Es en este contexto periférico en el que un sector del entonces llamado Alianza Popular comienza a vislumbrar un campo fértil para su desarrollo. Hay que hablar aquí de regiones como Castilla y León, La Rioja o, sobre todo, Galicia. Estas se convirtieron en laboratorios para comenzar a desarrollar una “derecha municipalista”. 

Las boinas consideran que lo más importante es legitimarse a través de la buena gestión y no se preocupan tanto por definir unas coordenadas ideológicas exactas. La política para ellos es más un servicio público construido sobre una base de fidelidades locales que una cruzada dogmática enarbolada por think tanks.

Esto se traduce en una visión externa más moderada, fruto de la apertura a realizar concesiones y pactos, especialmente en contextos con partidos regionalistas moderados como los gallegos (todo vuelve a Galicia). Es en el regionalismo donde está otra de las claves para entender a estas boinas: la defensa de un autonomismo pragmático.

La figura clave para entender a las boinas es Manuel Fraga Iribarne, aunque más de una vez hay quien dice haberle visto un birrete asomando. Fraga capitaneó Alianza Popular hasta 1989, cuando el partido cambia de nombre y muchos de sus miembros estrenan nuevo gorro.

Pasamos ahora a hablar del yang de este ying popular (o el ying de ese yang dependiendo de a quien se le pregunte). En los birretes encontramos lo contrario a las boinas, esto es, la búsqueda de la legitimación en el capital simbólico, intelectual y mediático. El nombre aquí vuelve a ser bastante evocador, haciendo referencia al gorro cuadrado rematado con una borla que se usa en actos solemnes en ámbitos como el académico o el judicial. Los birretes buscan que el Partido Popular tenga la hegemonía cultural e institucional dentro de la derecha española.

Frente a la cooperación con los regionalismos, los birretes plantean un centralismo tecnocrático; frente a las fidelidades locales, poder institucional, mediático y financiero; y, sobre todo, frente al pragmatismo, la doctrina.

Si en el lado de las boinas destacábamos a Fraga, aquí es necesario hacer referencia a Jose María Aznar. Este fue el artífice del cambio producido en los años 90 en el seno del partido y que terminó por reconfigurarlo como un proyecto nacional-liberal centralista con un fuerte énfasis atlantista.  

Los choques

Desde la fundación de Alianza Popular en 1976, convivían dentro de su primer secretario general, Manuel Fraga, estas dos corrientes en tensión. Alianza Popular era a la vez un partido estatal moderno y el heredero de la tecnocracia franquista y del liberalismo económico. De esta herencia le venía una maquinaria electoral arraigada en el tejido institucional, autonómico y municipal, pero también asociaciones con un régimen que ya quedaba atrás en la España post transicional.

En los años 90, los equilibrios fraguistas dejaron de convencer a una nueva generación que encabezó una transformación tan fuerte que hasta incluyó un cambio de nombre en el partido. José María Aznar se rodeó de un círculo con trasfondo académico y lideró esta primera revuelta en la que coincidieron la formación y la llegada al timón del partido de los birretes. Los barones territoriales seguían presentes (por ejemplo Alberto Ruiz-Gallardón en Madrid) pero el poder autonómico quedaba ya supeditado a una lógica presidencialista que se reforzaba con una centralización del discurso y la política de comunicación.

La victoria de Aznar en las elecciones de 1996 aseguró un periodo de paz entre ambos bandos, manteniendo el conflicto controlado si bien estaba latente. Fraga ya estaba retirado en su propia ínsula Barataria, la Xunta de Galicia, que se convertiría en el foco de resistencia de las boinas frente al birretismo de Aznar, que ocupaba el centro del escenario.

La derrota de Aznar en 2004, tras una serie de leyes que habían incomodado al sector más moderado del partido, supuso el caldo de cultivo perfecto para el regreso de las boinas a la primera línea. El general encargado de esta difícil tarea fue el gallego (todo vuelve siempre a Galicia) Mariano Rajoy, de formación fraguista.

Rajoy en un primer momento trató de restaurar las viejas costumbres de las boinas, promoviendo un discurso más moderado y centrado en la gestión. Sin embargo, la birretización a la que se había sometido el partido resultó más profunda de lo que en un primer momento habría podido parecer. Rajoy terminó formando un gobierno de equilibrios en el que los birretes como Soraya Sáenz de Santa María también tenían cabida.

Aznar y Rajoy en el congreso de 2004. (Fuente: RTVE)

El retorno de la boina había sido bastante tímido y tras la moción de censura de 2018 los birretes volvieron a la carga, esta vez con Pablo Casado a la cabeza. Este, vinculado ideológicamente a FAES (think tank asociado al aznarismo) y formado en entornos académico-liberales, trató de recentralizar el discurso del partido y de rodearlo de un tono confrontacional que los birretes sentían que se había perdido. Este enfoque causó un fuerte rechazo entre los barones autonómicos y, sin victorias electorales para legitimar su proyecto, Casado terminó cayendo en 2022.   

¿Siguen presentes hoy en día?

Comenzábamos este artículo hablando sobre Ayuso y Feijóo como ejemplo de la división interna que existe ahora mismo en el Partido Popular. La caída de Casado en 2022 debería haber supuesto el retorno de las boinas en una nueva repetición del ciclo de conflictos en el que el partido parecía sumido desde 1989. En un primer momento, así es como se interpretó la victoria de Feijóo, que llegó a la corte desde Galicia siendo descrito como un moderado.

Feijóo y Ayuso en el congreso de 2025. (Fuente: EFE)

La última reconfiguración interna impulsada por el actual presidente del partido parece alejarlo más de esta idea y acercarlo más al ala de los birretes. La etapa de Feijóo puede interpretarse como un modelo fraguista actualizado, que busca integrar las dos almas del partido de una manera similar a lo que ocurría durante la etapa de AP. Las boinas en este caso serían las bases del poder territorial y los birretes los generadores del relato nacional. La centralización de la política autonómica hace que esto sea bastante difícil en la práctica.

¿Y dónde cuadra Isabel Díaz Ayuso en todo esto? La presidenta madrileña es el síntoma de que quizás la duplicidad boinas-birretes ya sea parte del pasado de un Partido Popular en el que parece que los birretes terminaron imponiéndose. Ayuso se presentó a sí misma desde un inicio como una rara avis en este conflicto, una aparente boina (que busca legitimarse a través de la gestión local y defiende el poder autonómico) que presenta un discurso propio de los birretes, sector del partido que la aúpa.

La división boina-birrete parece ya pertenecer a un momento del pasado, un momento en el que el Partido Popular tenía la hegemonía del espacio de la derecha en España y los conflictos en ese espacio eran internos. La aparición de VOX ha puesto en entredicho esa posición y ahora el partido se enfrenta a un rival externo que amenaza con comerse el suelo bajo sus pies.

Parece entendible que con este panorama las escasas boinas que aún quedan y los imperantes birretes no puedan hacer otra cosa que cerrar filas. ¿Volverá alguno de los bandos a la carga si las aguas vuelven a calmarse? Solo el tiempo podrá decir si el conflicto está verdaderamente resuelto o sí, como ha sucedido otras veces, solo está latente.

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por Alejandro Hernández

Filólogo y (casi) jurista. Yo he venido aquí a hablar de política (especialmente la de Estados Unidos) y tomar café (especialmente el de fuera de Estados Unidos).

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