
“Sigo creyendo en Occidente no solo como espacio geográfico, sino como civilización. Una civilización nacida de la fusión de la filosofía griega, el derecho romano y los valores cristianos. Cuando vemos Occidente, definimos una forma de entender el mundo donde el individuo ocupa un lugar central. Todos los hombres nacen iguales y libres. La ley se aplica a todos por igual. La soberanía pertenece al pueblo y la libertad está por encima de todo. Esta es nuestra herencia y nunca nos disculparemos por ello”. Estas palabras fueron pronunciadas por la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, el pasado mes de febrero en la Conferencia Política de Acción Republicana (CPAC) en Washington.
Este discurso es sorprendente por su retórica altamente identitaria que evoca a la confrontación entre culturas, componentes que nos recuerdan a una época antigua donde la cooperación internacional de nuestros tiempos ni estuvo ni se la esperó. No obstante, este tipo de declaraciones no son nuevas. Tras el 11S en 2001, George W. Bush afirmó que la causa del ataque terrorista fue que los americanos amaban la libertad.
De igual manera, en el contexto de la Guerra Fría, Ronald Reagan hizo famosa la frase: “Nosotros representamos una causa justa: la causa de la libertad”. Incluso mucho antes, durante la Segunda Guerra Mundial, Franklin D. Roosevelt dio su discurso de las cuatro libertades donde definió los valores occidentales. Por tanto, ¿hasta qué punto son los valores el principal motivo de las guerras? ¿Qué relación guardan las palabras de Meloni y el resto de líderes mencionados?
El choque de las civilizaciones
Estas preguntas fueron respondidas por Samuel Huntington en su artículo El Choque de las civilizaciones (1993) cuya tesis principal es que los conflictos culturales serán los que dominen la geopolítica, por encima de cuestiones ideológicas y económicas. El primer paso para entender el punto de este autor es atender a la definición de civilización, ya que es el término que sustenta toda la argumentación.
“Civilización” es la mayor agrupación cultural de personas y la más amplia identificación cultural que distingue a unos de los otros. Es decir, pueden existir ciudades, países, federaciones, pero que todas ellas están contenidas en un grupo mayor que es la civilización. Dicha civilización está compuesta por elementos objetivos comunes (lenguaje, religión, tradición…), que siguiendo con la temática de la introducción, serían los valores liberales en el caso de Occidente.
Por otro lado, también es necesario, desde un punto de vista subjetivo, la autoidentificación de los individuos con dicha agrupación. De esta forma, el autor distingue ocho civilizaciones: Occidental, Confuciana, Japonesa, Islámica, Hindú, Eslava-Ortodoxa, Latinoamericana y Africana.
Una vez entendemos a qué nos referimos con civilización, queda la siguiente pregunta:, ¿por qué estas están destinadas a chocar entre ellas? Por un solo fenómeno: la globalización. En primer lugar, la globalización ha reducido la distancia física y simbólica entre pueblos gracias a los avances en comunicaciones, comercio y movilidad, generando una intensificación del contacto entre civilizaciones que expone y enfrenta las identidades y valores de estas.
El ejemplo más claro son los efectos de la migración, que se han convertido en el centro de la retórica nacionalista europea, como es el caso de la propia Meloni. En segundo lugar, la modernización propulsada por los avances mencionados anteriormente ha impulsado el desarrollo de la tecnología en regiones no occidentales que, sin embargo, no han adoptado los patrones culturales de Occidente. De hecho, ha sido al revés. El intento de exportar la democracia y la libertad como pilares universales se ha visto como una imposición cultural cuyo resultado ha sido la reafirmación identitaria propia y el rechazo a Occidente.
¿De verdad estamos condenados a chocar?
Aunque la tesis de Huntington fue muy influyente, también ha sido ampliamente criticada por su reduccionismo cultural y su determinismo fatalista. Por un lado, el concepto de civilización se fundamenta en que es el factor más fijo y menos probable que cambie con el paso del tiempo. No obstante, si nos fijamos en Europa, los valores de los que Meloni presume no han sido siempre los mismos que tenemos ahora. No hace tanto tiempo, Europa era alérgica a regímenes democráticos y se encontraba en la cúspide del colonialismo.
Durante la época antigua de la que hace gala, la soberanía, la libertad civil y la supremacía de la ley eran disfrutadas por unos pocos privilegiados. De igual manera, a día de hoy, existen muchos más conflictos dentro de las propias civilizaciones. Este es el caso de la población musulmana, en la que si seguimos la argumentación de reduccionismo cultural, estaríamos ignorando todas las tensiones que se producen en su seno entre las ramas teológicas, como puede ser el caso de Arabia Saudí (suníes) e Irán (chiítas). Por tanto, el término “civilización” peca de ser peligrosamente amplio e impreciso.
En lo referente al propio “choque”, el autor lo ve como un hecho inevitable. Al considerarlo así, se niega la posibilidad de que las culturas se puedan mezclar entre sí o que, simplemente, puedan tener relaciones en buenos términos. En cambio, el mismo proceso de globalización, descrito antes como culpable, también ha propiciado puntos de encuentro en actividades comerciales, redes sociales y ciudades cosmopolitas. Si tomamos como ejemplo el comercio global, es innegable la colaboración entre las distintas civilizaciones. Solo hay que fijarse, por ejemplo, en la agenda de Pedro Sánchez, presidente de España, en los últimos meses.
En un período de tiempo tan corto podemos ver un plan de inversión en el norte de África, la defensa de la soberanía de Ucrania, una visita a Xi Jinping en China y el reconocimiento del Estado Árabe de Palestina. Este es solo un ejemplo, pero sirve para ilustrar cómo de erróneo es considerar que el mundo está organizado en bloques fijos y cerrados que están destinados a enfrentarse cuando entran en contacto al ver su identidad en peligro. Así lo reflejan, las agendas de los mayores dirigentes políticos, quienes, cada vez más, buscan crear lazos con culturas totalmente opuestas a la suya.
¿Por qué la tesis de Huntington sigue siendo relevante?
Por lo que hemos venido hablando hasta ahora, resulta hasta cierto punto incomprensible que una teoría académicamente rechazada siga siendo de vital importancia para comprender la sociedad actual. No obstante, es inevitable escuchar los ecos de la voz de Huntington en cada discurso formulado por la nueva derecha radical populista. El motivo por el que estos políticos usan esta tesis es el mismo motivo por el que es errónea: es simple. En un mundo donde priman los personajes carismáticos, donde se buscan los mejores titulares y donde el votante utiliza cada vez más atajos informativos, el populismo encuentra tierra fértil donde poder florecer.
Por ejemplo, los Those left behind se sienten extremadamente atraídos a estos discursos más fáciles de comprender, ya que los tecnicismos se asocian con la misma burocracia a la que hacen responsable de sus desgracias. Se quieren sentir protegidos. Es ahí donde estos líderes crean un nexo de unión con un “nosotros” a la vez que excluyen a “los otros” plantando la semilla de la polarización.
Como consecuencia, la tesis de Huntington se convierte en una profecía autocumplida. Esto quiere decir que al presentar el conflicto entre culturas como inevitable, se refuerzan prejuicios, se alimenta el miedo al “otro” y se justifica la adopción de políticas exteriores intervencionistas o defensivas. Así, más que explicar el mundo, el “choque entre civilizaciones” puede moldearlo negativamente, reforzando narrativas de exclusión y confrontación que los actores políticos utilizan para legitimar agendas ideológicas para que en un futuro sí acaben chocando.
Pensando en el plano internacional, esta retórica es empleada para maquillar los motivos principales de conflictos que distan mucho de ser meramente culturales. Rusia defiende que la invasión a Ucrania tiene como justificación la protección de las minorías rusas en el país, o lo que es lo mismo, la protección de su civilización. De forma parecida, Israel afirma que sus acciones en la franja de Gaza son en legítima defensa del pueblo judío. Posturas donde la influencia de Huntington es innegable y donde se reducen miles de motivos geográficos, estratégicos y económicos al plano cultural.
Huntington está más vivo que nunca
Lo que está claro es que, a pesar de sus numerosas críticas, el choque de las civilizaciones es una tesis crucial para entender las nuevas narrativas que dominan el debate en las relaciones internacionales. Repasando diversos ejemplos, hemos podido observar cómo la teoría de que el mundo está dividido en múltiples civilizaciones destinadas a enfrentarse sigue cobrando importancia. Por ende, lejos de rechazar sin miramientos la teoría de Huntington, lo que debemos hacer es ser plenamente conocedores de todas las implicaciones que tienen que nuestros líderes actuales recurran a discursos identitarios.
No hay duda de que la globalización ha generado una mayor interconexión cultural en todos los rincones del mundo y, en consecuencia, las medidas que busquen revertir sus efectos están condenadas al fracaso. Citando los valores cristianos de los que Meloni hacía gala, “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.” (Mateo 19:6) o, en nuestro caso, lo que la globalización ha unido, que no lo separen los políticos.
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