
El avance de las tecnologías ha empujado a que todo lo que conocemos sea sujeto de una transformación: desde las comunicaciones a la educación, pasando por la sanidad, la gobernanza o incluso la guerra. Todo ha cambiado tan rápido que ahora vivimos con una duda: ¿Estamos en guerra y no lo sabemos?
El impulso tecnológico ha cambiado prácticamente todos los parámetros de nuestras vidas. Mandamos mensajes a distancia principalmente a través de teléfonos móviles en lugar de cartas; en las aulas dominan cada día más las tablets en lugar de los cuadernos; las operaciones son asistidas o incluso realizadas mediante robots; los Gobiernos cada vez implementan más y más diversas tecnologías en todos los ámbitos; por último, en la guerra no podíamos pensar que todavía cavaríamos trincheras como única vía de enfrentamiento.
El concepto de “guerra híbrida” no es nuevo, pero sí que ha sufrido una importante transformación en los últimos dos o tres años. La definición, por otra parte, sigue siendo la misma. Por ejemplo, la OTAN la entiende como una guerra en la que existe una “interacción o fusión de instrumentos de poder y herramientas de subversión, tanto convencionales como no convencionales”. Simplificando: una guerra híbrida combinará aquellas tácticas de guerra que todos conocemos, como bombardeos, escaramuzas, o invasiones, con otro tipo de elementos alternativos, generalmente vinculados al desarrollo tecnológico moderno, y no tan directos.
Este último punto es un factor clave, porque en el mismo documento de la OTAN se habla de cómo la guerra híbrida establece una frontera muy difusa entre lo que es estar o no en guerra con otro Estado (o Estados). En realidad, esta zona gris tampoco es del todo novedosa, pues ya se vivió en parte durante la Guerra Fría.
La frontera entre el enfrentamiento era tan frágil que en la actualidad el entorno del presidente ruso Vladímir Putin reconoce que la Guerra Fría fue una especie de Tercera Guerra Mundial, que perdió la URSS, y tras la cual se impuso a Rusia “un Tratado de Versalles” ligero, en palabras de Sergei Karaganov. Con el fantasma de la guerra híbrida asomando, no existe un consenso en Europa a cerca del status bélico de la región.
Qué ha pasado en Europa
Voces muy importantes a nivel europeo tienen opiniones realmente distintas sobre esta cuestión. A estas alturas, es de sobra conocida la actitud especialmente hostil de la Alta Representante Kaja Kallas hacia Moscú. Si bien su designación tenía precisamente este propósito (para disgusto de algunos diplomáticos europeos, o para enfado de otros países que sufren su “irresponsabilidad”), a la voz de Kallas se unen otras tanto delante como detrás de las cámaras. Entonces, la pregunta que nos queda es evidente: ¿Está Europa en guerra híbrida con Rusia?

Veamos algunos ejemplos recientes que podrían entrar en el marco de guerra híbrida, para así tratar de tener una idea más nítida antes de intentar decantar la balanza.
- Lo más reciente y flagrante han sido las diversas incursiones de drones rusos en el espacio aéreo europeo (de países de la OTAN). Dinamarca, Polonia o Rumanía han detectado varios drones rusos sobrevolando su territorio. Además, ha ocurrido en momentos y lugares señalados, como en Copenhague, donde las principales cabezas de Gobierno de la UE estaban presentes. Las incursiones con drones representan tanto esa característica tecnológica típica de las herramientas no convencionales, como el navegar por la “zona gris” de un conflicto. No son una declaración de guerra, pero tampoco un gesto amigable
- Injerencias electorales. Esta daría para un artículo propio (de hecho, alguno tenemos en El Tablero Político), pero basta con recordar los casos de Moldavia o Rumanía. La discusión se puede abrir ampliamente a la hora de valorar el impacto o las pretensiones de la injerencia: poner un Gobierno afín, una mera desestabilización o tantear la resiliencia de los mecanismos contra las interferencias extranjeras. No obstante, las evidencias son robustas en cuanto a las acciones que efectivamente han sucedido, especialmente en lo que a ataques a webs oficiales se refiere. También resulta nítido que, si Moscú tenía por objetivo crear artificialmente un poder ejecutivo europeo afín a su ideología, no lo ha conseguido. Otro aspecto relevante aquí es el de la desinformación o el de los relatos “alternativos”.
- Ataques a infraestructuras críticas. De todos los puntos, este quizá es el más cercano a una guerra convencional, si bien en el pasado objetivos de guerra como centrales eléctricas, aeropuertos o puestos de comunicación eran difíciles de atacar a distancia. Descartada la acción rusa en el sabotaje del Nord Stream 2 (por cierto, con las polémicas declaraciones del primer ministro polaco, Donald Tusk), esta casilla parece quedar en blanco.
Eso por la parte que refiere a las acciones materiales. Más allá, hay todo un sistema de difusión de información e ideas, y por supuesto también la diplomacia y la política. En este campo, encontramos hostilidades pronunciadas sobre Occidente: desde Rusia, sí, pero también desde Corea del Norte o incluso China. Sobre este último también pesa una categorización compleja, pues la UE lo califica como rival sistémico, al tiempo que como importante socio comercial. Otra “zona gris”.
Centrando la atención en Rusia, los portavoces del Kremlin no titubean a la hora de expresar fuertes discrepancias con Europa, con la UE o con Gobiernos en particular. Del mismo modo, como decíamos antes, la acción exterior europea sacude verbalmente a Rusia cuando lo considera oportuno.
Así es como están distribuidas las piezas en el tablero. Ahora sí que estamos en disposición de responder si el escenario que se dibuja tras la invasión rusa de Ucrania es o no un escenario de guerra para Europa.
Por qué no estamos en una guerra híbrida
Las cartas, grosso modo, están sobre la mesa. Injerencias conocidas, pero de impacto limitado en Rumanía, Moldavia o hasta Georgia. Sin ataques o intentos de sabotaje a infraestructuras críticas relevantes. Y, por último, las incursiones de drones en países del este y Dinamarca. Si con esto hemos conocido de las habilidades de desestabilización y confrontación de Rusia, parece que no llegan a mucho.
No hay efectos reales o muy preocupantes para Europa. Sus infraestructuras críticas (por el momento) no parecen vulnerables, y las injerencias electorales han sido incapaces de truncar un Gobierno o de imponer uno. En cuanto al capítulo de los drones, la rápida reorganización de la OTAN y la coordinación de patrullas y un plan de respuesta han bastado para desincentivar nuevas incursiones. Y el capítulo que en su momento parecía más amenazante, que es el relativo al gasoducto Nord Stream 2, las informaciones no apuntan a Rusia.
En consecuencia, sería difícil entender el contexto actual como uno de guerra híbrida. De hecho, es plausible que los que insisten en esta guerra sepan que quizá la afirmación no es real.
La lógica detrás del relato
Aseverar que hay una guerra o semi-guerra, que al final es lo que viene a significar guerra híbrida, puede generar ciertos incentivos. Logras cambiar la mentalidad de algunos ciudadanos, ya sea a través del miedo o gracias a un enfoque pragmático. También puedes pensar en generar un relato que una a la población a pesar de atravesar momentos de excesiva polarización. En definitiva, si tu objetivo es evitar una guerra a gran escala, podría llegar a tener cierto sentido adaptar la estrategia de construir un frente común hoy contra ella.
Generando los incentivos pertinentes, las inversiones en defensa hoy son relativamente bien vistas. Como poco, son mucho mejor recibidas que hace unos años. Y lo cierto es que hay muchas formas de invertir en defensa sin favorecer a una industria de guerra o dedicar tu producción a la exportación de armamento que podría acabar siendo utilizado en guerras civiles o genocidios.
Pero claro, ¿por qué no podemos tener esa discusión de forma adulta? La pedagogía sobre defensa se mueve entre dos extremos igual de ingenuos. El primero ya se ha explicado: no hay una guerra librándose entre la OTAN (o la UE, o Europa) y Rusia.
En el otro extremo, están aquellos que plantean que dedicar un euro a defensa lo elimina del presupuesto para sanidad o educación. Como si muchísimos de los avances derivados de la inversión en I+D en materia de defensa no fuesen usados hoy en beneficio de la salud o la educación. O como si no hubiese distintos actores internacionales que han declarado su hostilidad a Occidente y sus valores.
Si se quiere propulsar una nueva UE, que sea capaz de invertir en defensa, investigación y desarrollo industrial, adelante. Discutamos, generemos ideas y busquemos maneras de generar riqueza a la par que aumentamos la seguridad del continente. En España, hay ideas muy buenas que pasan desapercibidas: la fusión de Indra y EM&E, dos gigantes en materia de seguridad, puede derivar en que el país se convierta en una gran potencia en este sector en auge. Atrayendo riqueza, inversión y talento será más sencillo paliar otros problemas a los que nos enfrentamos.
Solo si nos tratamos como adultos podremos salir del bache en el que Europa está metida. De lo contrario, los fantasmas que unos desean y otros ignoran deliberadamente acabarán apareciendo de la forma que menos esperamos.
