
Pese a que el presidente electo de Corea del Sur, Lee Jae-myung, tiene un quinquenio muy complejo por delante (empezando por sus escándalos extramatrimoniales y de corrupción), hay un conflicto social que posiblemente prevalezca sobre el resto: la guerra de sexos. Lo que comenzó como un debate en el ámbito digital ha escalado hasta convertirse en protestas callejeras y un cisma generacional que redefine las dinámicas de género en el país.
El despertar feminista
En el corazón de este conflicto yace una arraigada desigualdad entre hombres y mujeres. A pesar de su modernidad, Corea del Sur sigue siendo una sociedad patriarcal con unos roles de género muy marcados, con gravísimos problemas en materia de techo de cristal o incluso crímenes impunes.
Frente a esta realidad, ha surgido un poderoso movimiento feminista, especialmente entre las mujeres jóvenes. Hartas de la discriminación y la violencia, han acabado reaccionando a través de la movilización. El movimiento «Escape the Corset» desafía los estrictos estándares de belleza, mientras que el movimiento 4B (Four Nos) va más allá, abogando por no salir con hombres, no tener sexo, no casarse y no tener hijos. Estas posturas son una reacción directa a las expectativas opresivas y una búsqueda de autonomía. Las masivas protestas feministas han visibilizado la frustración de miles de mujeres que exigen justicia y cambios estructurales.
Sin embargo, esta emergencia feminista ha provocado una fuerte reacción antifeminista, predominantemente entre hombres jóvenes que sienten que son sus propias oportunidades están siendo menoscabadas. Liderados por figuras y grupos influyentes en línea, culpan al feminismo de muchos problemas sociales, incluida la drástica caída de la tasa de natalidad (la más baja del planeta, con 0.7 hijos por mujer). Incluso la política ha reflejado esta polarización, con líderes que han utilizado la retórica antifeminista para ganar apoyo. Esta «guerra de sexos» no es solo un debate social, sino un reflejo de tensiones profundas que desafían el futuro de Corea del Sur.
¿Qué hay detrás de todo esto?
Este conflicto no es un fenómeno aislado en el país, sino la culminación de décadas de profundas desigualdades de género en una sociedad que, irónicamente, ha experimentado una de las transformaciones económicas y tecnológicas más rápidas del mundo. Bajo la brillante fachada de K-pop y la innovación digital, persiste una estructura patriarcal arraigada que ha sembrado el descontento y la frustración, especialmente entre las mujeres.
Una de las causas más flagrantes es la persistente brecha salarial. Corea del Sur ostenta el dudoso honor de tener la mayor brecha salarial de género entre los países de la OCDE, superando el 30%. Esta disparidad no solo afecta los ingresos de las mujeres, sino que también refuerza la percepción de su menor valor económico en la sociedad. .
A esto se suma el «techo de cristal», una barrera invisible que impide a las mujeres ascender a puestos de liderazgo y toma de decisiones, a pesar de su alta cualificación académica. Las expectativas sociales también juegan un papel crucial: se sigue esperando que las mujeres asuman la mayor parte de las responsabilidades domésticas y de crianza, lo que limita severamente sus oportunidades profesionales y personales, atrapándolas en un ciclo de desventaja.
Otro catalizador fundamental ha sido la alarmante prevalencia de la violencia de género, en particular el fenómeno del «molka» o voyeurismo con cámaras ocultas. Miles de mujeres han sido víctimas de grabaciones ilegales en baños públicos, vestuarios y otros espacios privados, con las imágenes a menudo difundidas en línea.
La percepción generalizada de impunidad para los perpetradores, sumada a la revictimización de las afectadas por parte de las autoridades y la sociedad, ha encendido la chispa de la indignación. Este problema no solo evidencia una falta de protección efectiva para las mujeres, sino que también subraya una cultura que minimiza la gravedad de estos crímenes y culpabiliza a las víctimas.
Reacción masculina
En este caldo de cultivo de desigualdad y violencia, el auge del feminismo se hizo inevitable. Las mujeres jóvenes, empoderadas por las redes sociales, han encontrado una plataforma para visibilizar sus experiencias, organizar protestas y exigir cambios. Sin embargo, esta ola feminista ha chocado frontalmente con una contrarreacción antifeminista igual de potente, principalmente entre hombres jóvenes. Estos hombres, que a menudo se sienten marginados o «atacados» por las políticas de igualdad, argumentan que el feminismo les ha robado oportunidades y ha demonizado su masculinidad. Este conflicto se ha magnificado en el ámbito político, donde figuras públicas han capitalizado el sentimiento antifeminista para ganar apoyo, exacerbando aún más la polarización.
La estrategia más evidente en este sentido se vio en las elecciones presidenciales de 2022, donde el presidente destituido, Yoon Suk-yeol, capitalizó de forma explícita el sentimiento antifeminista. Su promesa de abolir el Ministerio de Igualdad de Género y Familia fue un mensaje directo a una base de votantes masculinos jóvenes que se sienten marginados y discriminados por las políticas de igualdad y el auge del feminismo.
Este hecho pretendía seducir a movimientos reaccionarios como la «Solidaridad de Nuevos Hombres», que organizan sus propias protestas y campañas en línea, argumentando que los hombres son las nuevas víctimas de la discriminación de género, contribuyendo a una polarización social cada vez más profunda.
Por el contrario, las tesis feministas han generado multitud de protestas y movimientos, destacando «Escape the Corset», donde las mujeres se rebelan contra los opresivos estándares de belleza surcoreanos, cortándose el pelo o renunciando al maquillaje. Más radical es el movimiento 4B (Four Nos), un rechazo explícito a salir, tener sexo, casarse y tener hijos con hombres, buscando la autonomía total de la mujer frente a un sistema patriarcal.
Más allá de los movimientos Escape the Corset y 4B ya mencionados, las movilizaciones han sido contundentes .Hay que mencionar las protestas en la estación de Hyehwa (2018), que fueron un punto de inflexión. Miles de mujeres se manifestaron masivamente contra el sexismo y la epidemia del mencionado «molka«, exigiendo justicia y reformas legales.
De este modo, cada 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer) miles de mujeres y activistas se congregan en Seúl y otras ciudades para denunciar la persistente desigualdad de género, la violencia contra las mujeres y la retórica antifeminista que permea la política. Estas marchas no solo visibilizan las demandas feministas, sino que también sirven como una muestra de la continua resistencia y solidaridad frente a un panorama social y político que a menudo parece ir en su contra, especialmente tras la elección de líderes con agendas antifeministas.
Conclusión
En definitiva, la «guerra de sexos» en Corea del Sur no es un mero desacuerdo social; sus consecuencias son profundas y plantean serios desafíos para el futuro del país. Uno de los impactos más preocupantes es la drástica caída de la tasa de natalidad, la más baja del mundo.
Movimientos como el 4B, que promueven el rechazo al matrimonio y la maternidad, son una manifestación extrema de la desilusión femenina con las estructuras sociales que las obligan a elegir entre su desarrollo profesional y personal o una vida familiar tradicionalmente opresiva. Si bien no es la única causa, la renuencia de muchas mujeres a formar una familia en el contexto actual de desigualdad contribuye significativamente a esta crisis demográfica, amenazando la sostenibilidad económica y social a largo plazo.
Además, el conflicto ha provocado una polarización social sin precedentes, especialmente entre las generaciones más jóvenes. La sociedad surcoreana se ha dividido en facciones, con feministas y antifeministas enfrentándose en redes sociales, foros y, ocasionalmente, en las calles. Esta división dificulta enormemente el diálogo constructivo y la búsqueda de soluciones a problemas de género genuinos. La capacidad para encontrar un terreno común y construir una sociedad más equitativa se ve comprometida por la hostilidad y la falta de empatía entre los sexos.
Finalmente, esta «guerra» representa un gran desafío para el avance de la igualdad de género. A pesar de los esfuerzos de activistas y algunas reformas legislativas, la fuerte reacción antifeminista y la retórica política que la apoya actúan como un freno. En lugar de abordar las causas estructurales de la desigualdad, la discusión se centra en la «discriminación inversa» y en la demonización del feminismo, desviando la atención de los problemas reales y dificultando la implementación de políticas que garanticen la equidad y la protección de los derechos de todas las personas.
Pese a lo lejano que pueda parecernos, este conflicto tiene visos de extenderse en todas las democracias occidentales de la mano de los movimientos más conservadores. De este modo valdría la pena prestar más atención a este país del sureste asiático: no solamente exporta tecnología, coches o K-Pop: también puede ser el canario en la mina en lo que a políticas reaccionarias de género se refiere.