La riqueza de los países se está volviendo cada vez más desigual, tanto entre ellos como dentro de los mismos. Desde que Occidente comenzó su proceso de desindustrialización hemos comprobado que unas ciudades florecían y evolucionaban hacia nuevas formas de producción, mientras que otros lugares se estancaban. Hoy, estas zonas denominadas “left-behind places” (o, también, zonas olvidadas), sabemos que han resultado claves en eventos políticos, como la votación del Brexit o la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump en 2016. 

Sobre el concepto


No hay una definición clara y consensuada sobre lo que es un left-behind place. A veces puede ser un barrio, un área que englobe uno o más pueblos o incluso una ciudad entera. Esto hace que bajo el concepto podamos abarcar zonas tan distintas como la Francia periférica (la France périphérique), la España vaciada o el cinturón de acero estadounidense.

Lo que tienen en común estos y otros lugares es que poseen una economía rezagada con respecto al resto del país, son o bien antiguos núcleos industriales o bien zonas eminentemente rurales que han experimentado cierto grado de marginalidad y abandono, auspiciando apoyos hacia movimientos populistas. Por tanto, nuestra definición incluirá estas características: retraso económico, marginalidad y el impacto de movimientos populistas (principalmente antiestablishment, como veremos) o de corte local. 

Una de las grandes preguntas que hay que poner sobre la mesa es cómo hemos llegado a este punto. Es decir, ¿por qué los procesos de deslocalización industrial comenzados a raíz de los 70 han aupado a unas regiones y hundido a otras? Parece que podemos resumir el problema en que, de alguna forma, unas zonas no han podido seguir el ritmo de otras dentro del mismo país. 

¿Cómo se llegó a este punto?


La verdad es que no hay respuesta clara, pero sí podemos estudiar a fondo las potenciales causas. Un punto problemático de los left-behind places es que, como se ve al intentar definirlos, no son iguales y cada caso atiende a razones específicas.

Con todo ello, primero estos procesos de desindustrialización hicieron que algunas regiones industriales cayesen más que otras con economías más diversificadas que pudieron virar hacia el sector servicios. Después, la correspondiente caída que supuso en los salarios reales de sus habitantes nunca llegó a recuperarse, a diferencia de en las grandes ciudades, donde siempre se fue por delante desde entonces. Por último, la crisis de 2008 y las políticas de austeridad aplicadas entonces tuvieron un coste todavía mayor en estas regiones, que cada vez dependen más de unos servicios estatales que pierden calidad con el tiempo. 

El resultado es el que vemos: la diferencia en el PIB per cápita del top 10% de regiones más ricas de la OCDE y el 75% más pobre se ha incrementado en 60 puntos porcentuales. Ya no sólo hacemos frente al hecho de que haya países colindantes con economías muchísimo más desarrolladas que las de sus vecinos. Ahora, estamos a unas horas en coche de poder salir del centro de Madrid hacia zonas dejadas atrás de la España vaciada, sin apenas actividad económica o recursos estatales.

Estos lugares experimentan lo que bien podría ser un círculo vicioso. Sus bajos salarios se traducen en peores oportunidades laborales, haciendo que su desarrollo sea más lento y que, empezando de nuevo, los salarios tarden más en crecer. Las consecuencias, más allá del desarrollo económico, son absolutamente desastrosas para estas comunidades. 

Fuente: Fiorentino et al. (2024) – ‘Left behind places’: what are they and why
do they matter?


Un problema lleno de aristas


Muchas veces se pone énfasis en las condiciones que deben darse para el desarrollo económico de un individuo. Por ejemplo, estudiar en tal o cual universidad o nacer en un determinado contexto familiar. Sin negar todo ello, la realidad es que la geografía juega aquí un papel fundamental. En los left-behind places vemos evidencias de un aumento de tasas de divorcios o el abuso de sustancias. Con respecto a los estupefacientes, el peligro es máximo. Hay un perfil en particular asociado a estos lugares en Estados Unidos, el de persona de media edad blanca y no hispana, que sufre un repunte en la tasa de suicidio y de consumo de drogas como fentanilo.  

Por si esto no fuera poco, dichas comunidades experimentan un grado de estigmatización muy problemático, tasas altísimas de pérdida poblacional y peor calidad de servicios públicos, especialmente en países descentralizados. Este hecho, en principio contradictorio, no se explica tanto por las competencias de las autoridades locales, que en sistemas descentralizados serían más altas, sino más bien por los recursos de los que se disponen. Poner en práctica planes para frenar la despoblación o la reactivación económica es algo costoso y complejo, que muchas veces supera el grado de especialización de entes como los ayuntamientos.

Cuando estas localidades comienzan a perder capital humano, los servicios públicos que ofrecen (sanidad, educación) pierden calidad, haciendo que la salida de población se acelere todavía más. Además, hay un sesgo evidente en la población que abandona estas zonas, pues son sobre todo jóvenes en edad de trabajar, especialmente estudiantes universitarios. El resultado no es sólo la pérdida de población, sino el envejecimiento artificial de la misma. 

Son todas estas causas, entre otras, las que han hecho que estas regiones sean lugares con unas actitudes políticas muy específicas. La sensación de abandono por parte de los poderes del Estado y la clase política ha hecho que sean mucho más susceptibles a discursos anti-establishment. Buena muestra de ello fue, por ejemplo, la elección del Brexit. Si decimos que los jóvenes votaron fuertemente en contra de abandonar la UE, las regiones postindustriales y también las zonas rurales decidieron enérgicamente que lo mejor era apostar por el Brexit.

Siempre bajo el discurso populista y contra la clase política que traía Nigel Farage y su partido, que hace unos meses peleaban por el primer puesto en las encuestas del país. Aunque los académicos no acaban de tener claro si se vota a estos partidos por el discurso adoptado o por la ideología propuesta, los resultados son evidentes.

Lo mismo ocurrió en las elecciones de 2016 en Estados Unidos, y posiblemente en las de 2024. Trump ganó por saber optimizar su voto dentro de un sistema mayoritario en el que los Estados con menos población son feudos electorales más que rentables.

Adaptándose a su terreno, VOX o AfD juegan con el mismo eje. En España, el partido de Santiago Abascal ha tenido mejores resultados lejos de Madrid y Barcelona, en Comunidades como Castilla y León, Andalucía o Murcia. Sus homólogos de derecha radical alemanes, liderados por Alice Weidel, arrasan en el este, donde los salarios y la competitividad son peores, mientras que se dejan caer ante las fuerzas tradicionales en el resto del país.


En el futuro


Sólo queda por responder lo más importante: ¿puede revertirse la situación? Parece complejísimo que las regiones que durante décadas no han sabido converger con las metrópolis se reenganchen al resto del país de la noche a la mañana. De hecho, es imposible. Más aún si tenemos en cuenta, como hemos dicho antes, que cada caso depende de un contexto diferente. La caída de ciudades como Detroit poco tienen que ver con el caso de Stoke en Reino Unido o el de Soria en España.

Por tanto, aplicar una receta única resulta inviable. Hasta ahora, los gobiernos no han sabido atajar los problemas que adolecen los left-behind places, y el capital privado no tiene ningún incentivo para apostar por invertir aquí. Hay mano de obra menos cualificada, mayores costes de transporte y poco desarrollo empresarial. Al mismo tiempo, estas comunidades, en cierto modo aisladas, tienen sus propias reglas sociales y es difícil penetrar en ellas desde fuera. 

Suele decirse que habría que comenzar haciendo de estas regiones un lugar interesante para aquellos que estén exhaustos de la vida metropolitana. Empezar por atraer a más población puede ser un punto de partida para estas regiones. Después, habría que resolver el rompecabezas institucional. Está claro que en los países descentralizados, las administraciones locales carecen de los medios para llevar a cabo un plan que logre romper esta tendencia. No obstante, por parte de los poderes centrales no ha llegado a trazarse ningún tipo de plan que realmente se focalice en estas regiones.

La revitalización debería venir desde aquí también, aunque sea a costa de dejar de poner todos sus huevos en la cesta de las ciudades, donde muchos de los partidos gobernantes aglutinan a la mayoría de sus votantes. No está de más recordar que los partidos de derecha populista radical ganan muchos votos entre las clases sociales que pierden su estatus económico.

Si no se rompe el círculo, la desafección irá a más. No sólo hablamos de una pérdida de confianza en las instituciones, sino también de una pérdida cultural y social mayúscula. Muchas de las tradiciones o el conocimiento popular que se arraigan en estas zonas parecen estar perdiéndose de forma irremediable. 

Autor

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por Jorge de Diego Hurtado

Como decía Paul Newman, graduado magna cum lager. Analista político y electoral. Comportamiento electoral, geopolítica y cine si me dejan. Hoy en Bruselas, mañana no lo sé

2 comentario en “Left behind places: la tendencia que explica (casi) todo”

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