
Durante décadas, los partidos tradicionales han ocupado una posición privilegiada en los sistemas políticos de Europa Occidental. Sin embargo, sabemos que el panorama ha cambiado drásticamente en los últimos años con el ascenso de nuevas fuerzas. La emergencia de nuevos partidos que desafían el orden establecido ha puesto a prueba la capacidad de las formaciones tradicionales para retener su base electoral y evitar su declive.
Algunos partidos históricos han sido prácticamente reemplazados, como el Partido Socialista y el Partido Republicano en Francia, que han perdido relevancia frente a La République En Marche, la Agrupación Nacional y La Francia Insumisa. Más ejemplos serían la llamada Democática Cristiana (CDA) y el Partido del Trabajo (PvdA) en Países Bajos, que han visto su base mermada por el PVV de Wilders y los Verdes, respectivamente, o el PASOK en Grecia, el cual sufrió una sangría considerable hacia Syriza.
Sin embargo, en otros muchos casos, los partidos tradicionales han logrado mantenerse como actores principales. Ejemplos de ellos son la CDU y el SPD en Alemania, el Partido Liberal y el Partido Socialdemócrata en Dinamarca o el Partido Socialista y el Partido Popular en España. Estos partidos siguen siendo de las principales fuerzas políticas de sus países, resistiendo a la fragmentación del sistema y al ascenso de los partidos que desafiaban su dominio.
Por tanto, surge una gran pregunta: ¿Cómo logran los partidos tradicionales mantenerse dominantes en un contexto de creciente fragmentación y volatilidad electoral? En este artículo analizamos las distintas estrategias que utilizan para seguir siendo los actores dominantes en el tablero.
La identificación partidista: un vínculo en transformación
Uno de los factores clave que han sostenido el dominio de los partidos tradicionales es la identificación partidista. Este concepto hace referencia al sentido de pertenencia psicológica que un individuo desarrolla hacia un partido político, lo que influye en su comportamiento electoral y en su percepción de la política en general. Ahora bien, hay que recalcar que la identificación partidista no es simplemente una preferencia momentánea, sino un vínculo emocional y duradero, que se forma a través de la socialización familiar, la educación y las experiencias personales.
Durante buena parte del siglo XX, la identificación partidista funcionó como una barrera para la entrada de nuevos partidos: muchas personas sentían una lealtad firme hacia un partido, parecida a la afinidad que se tiene por un equipo de fútbol. Esa fidelidad hacía que cambiar de partido fuera poco habitual. Además, esta identificación influía en cómo la gente entendía la política: filtraban las noticias, los debates o las decisiones del gobierno a través de las ideas de su partido preferido, lo que reforzaba sus convicciones y les hacía menos propensos a dejarse llevar por cambios puntuales o modas políticas pasajeras.
Sin embargo, en las últimas décadas, los estudios muestran una erosión de la identificación partidista en muchos países europeos. Factores como la secularización, la transformación del mercado laboral y el cambio en las estructuras sociales han debilitado los tradicionales clivajes políticos. Esto ha generado un electorado más volátil y dispuesto a evaluar alternativas fuera de los partidos tradicionales. No obstante, las viejas fuerzas políticas siguen desplegando estrategias para mitigar este fenómeno y conservar su posición de dominio.
Estrategias de los partidos tradicionales para mantenerse dominantes
Los partidos tradicionales han desarrollado diversas estrategias para frenar la emergencia de nuevos actores políticos y conservar su electorado. Entre ellas destacan tres enfoques principales: la convergencia distintiva, el control de la agenda y la movilización de la competencia y experiencia.
1. Convergencia distintiva: acercarse al centro sin perder identidad
Uno de los métodos más eficaces ha sido la convergencia distintiva, es decir, la estrategia de desplazarse hacia posiciones más centristas, buscando atraer a un electorado amplio sin perder la identidad partidista. Esta estrategia, descrita por Otto Kirchheimer en su concepto de partidos “catch-all” (literalmente, “atrapalotodo”), implica suavizar posturas ideológicas para maximizar la captación de votantes.
El mejor ejemplo de esto es el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que ha oscilado entre posiciones progresistas y centristas para captar el voto de sectores moderados. En el Reino Unido, el Partido Laborista ha seguido un camino similar, especialmente bajo el liderazgo de Tony Blair y su estrategia de “Tercera Vía”, que le permitió conquistar el centro político y gobernar durante más de una década. Otro ejemplo claro de esta estrategia lo encontramos en Alemania con la CDU bajo Angela Merkel.
Durante su mandato, Merkel llevó a cabo esta estrategia al adoptar políticas tradicionalmente asociadas con sus oponentes de centroizquierda, como la eliminación progresiva de la energía nuclear o la apertura migratoria en 2015. Esta aproximación le permitió ampliar su base electoral y ocupar el centro político, asegurando varias victorias electorales consecutivas.
Sin embargo, esta estrategia no está exenta de riesgos. Cuando los partidos tradicionales convergen demasiado en sus propuestas, los votantes pueden percibirlos como indistinguibles y buscar opciones más claras y diferenciadas, lo que abre la puerta a los partidos desafiantes, como ha sucedido con el ascenso de formaciones populistas.
2. Control de la agenda y evitar temas incómodos
Otra estrategia fundamental consiste en controlar el debate público y evitar temas que podrían ser favorables a los partidos desafiantes. Los partidos tradicionales suelen tener un incentivo para mantener ciertos temas fuera de la agenda política, especialmente aquellos que pueden generar divisiones internas entre sus votantes o dentro de sus propias filas. Este mecanismo no implica únicamente ignorarlos, sino también desplazar el debate hacia asuntos donde los partidos dominantes tienen ventaja comparativa. Estos suelen ser tradicionalmente los temas relacionados con la economía por parte de los partidos de derecha y los temas relacionados con las políticas de bienestar por parte de los partidos de izquierda.
Un ejemplo claro de esta estrategia puede verse en el Reino Unido durante el auge del UKIP. En lugar de centrarse en el debate sobre inmigración y soberanía nacional, el Partido Conservador bajo David Cameron intentó mantener el foco en la recuperación económica tras la crisis financiera de 2008, terreno en el que tenía una ventaja frente a sus rivales. Del mismo modo, en Suecia, durante años los partidos tradicionales, como los Socialdemócratas, optaron por no hacer de la inmigración un tema central del debate político, poniendo énfasis en cuestiones como el bienestar social o el empleo, donde podían destacar su historial de gobierno y conexión con el electorado.
Esta estrategia puede ser efectiva a corto plazo, pero también conlleva riesgos. Si los partidos tradicionales ignoran cuestiones relevantes para el electorado, pueden dejar un vacío que será ocupado por nuevos actores políticos, como ha sucedido con el ascenso de partidos nacionalistas y populistas en diversos países europeos con el tema de la inmigración.
3. Movilización de la competencia y experiencia
Los partidos tradicionales también enfatizan su experiencia en la gestión gubernamental como un argumento a su favor. En contraste con los partidos desafiantes, que muchas veces carecen de trayectoria en el poder, los partidos establecidos presentan su historial de gobierno como una garantía de estabilidad y capacidad de gestión.
En Italia, por ejemplo, el Partido Democrático ha intentado mantenerse en el poder utilizando este argumento, destacando su papel en la estabilización económica del país tras la crisis financiera. Mientras, en España, el PSOE y el PP han recurrido repetidamente a la idea de ser los únicos partidos con la “experiencia necesaria” para gobernar en tiempos de crisis, como se vio durante la pandemia de COVID-19.
No obstante, este argumento pierde fuerza cuando los partidos tradicionales atraviesan crisis de legitimidad, como escándalos de corrupción o períodos de gestión ineficiente. En estos casos, la imagen de competencia puede erosionarse y abrir espacio para que los votantes busquen alternativas fuera del sistema establecido.
Conclusión: ¿en busca de nuevas estrategias?
Los partidos tradicionales han demostrado una notable capacidad de adaptación en un entorno político cambiante. A través de estrategias como la convergencia ideológica, el control de la agenda y la movilización de su experiencia, han logrado frenar el avance de los partidos desafiantes en muchos contextos. Sin embargo, estas estrategias no son infalibles. En un mundo donde la identificación partidista se ha debilitado y el electorado se muestra más volátil, los partidos tradicionales enfrentan el reto de renovarse constantemente sin perder su esencia.
El futuro de estos partidos dependerá de su capacidad para equilibrar la moderación con la diferenciación, abordar los temas que preocupan a los votantes sin ceder completamente a las narrativas de los partidos desafiantes, y demostrar competencia sin caer en el desgaste que supone el ejercicio prolongado del poder. En última instancia, su supervivencia en los sistemas políticos contemporáneos dependerá de su habilidad para responder a las nuevas demandas sociales sin perder el control de sus bases electorales tradicionales.