
“It’s been a long time coming, but tonight, because of what we did on this day, in this election, at this defining moment, change has come to America.” — Barack Obama.
Con estas palabras pronunciadas por Barack Obama en 2008 en su discurso de aceptación tras ganar las elecciones parecía que el futuro de Estados Unidos iba a seguir el curso que se había abierto esa noche. Sin embargo, tras ocho años de gobierno demócrata, en 2016 los republicanos llegaron al poder con un candidato que tan solo un año antes parecía poco menos que una broma pesada. Esto inició unas turbulencias tan inesperadas como potentes que desde esa noche en noviembre han hecho que el partido busque una y otra vez reinventarse intentando con un gatopardismo patológico “que todo cambie para seguir igual”.
Hoy hablamos del llamado “obamaism” (obamismo): la coalición de votantes que llevó a los demócratas a La Casa Blanca en 2008 y de lo que su desaparición significa para el futuro del partido demócrata.
¿Qué fue el obamismo?
Definir un concepto tan amplio, discutido y reciente es verdaderamente complicado, pero podemos comenzar por dividirlo en dos: una ideología y una coalición.
A nivel ideológico, el “obamismo” es una respuesta a los dos mandatos de Bush que lo precedieron. A nivel interno, supone un aumento de la importancia del escudo social, reforzando especialmente la sanidad con su política estrella: el Affordable Care Act (Obamacare). Este progresismo fue muy moderado y, si bien sobre el papel fue uno de los ejes de su campaña, muchos votantes terminaron quedando desencantados.
En política exterior se caracteriza por buscar darle una vuelta al papel de EE. UU. para dar respuesta a una población marcada profundamente por la guerra de Iraq. Destaca aquí, por ejemplo, el pacto antinuclear con Irán en 2015. En definitiva: multilateralismo frente al unilateralismo de Bush y smart power, una combinación de poder duro y blando.

No se puede obviar tampoco el impacto cultural del “obamismo”, desde el póster de Hope al famoso yes we can, la comunicación en unas primeras redes sociales fue uno de los puntos fuertes de las campañas de 2008 y 2012. Tampoco se debe pasar por alto la importancia de tener por primera vez un presidente afroamericano en un país que había llegado a una guerra civil por el asunto de la esclavitud. Todo esto despertó, al menos al principio, un sentimiento de optimismo en la población que incluso se trasladó al cine y la televisión de la época pero que ahora es visto, en cierta manera, como una ingenuidad.
En lo que respecta a la coalición que impulsó la llegada al poder de los demócratas en 2012, la clave está en los márgenes (minorías raciales, jóvenes…) pero también en conseguir movilizar de manera efectiva el voto femenino y el de los profesionales de clase media de las ciudades.
No solo supuso una reconfiguración de la base del partido, sino que también se consiguió una enorme movilización que los demócratas buscan poder replicar desde entonces. Este tipo de coaliciones son algo común en Estados Unidos. En un país con un tejido social tan diverso, encontrar la manera de coordinar los intereses de varios grupos es prácticamente una obra de orfebrería política.
Agrupar a muchos de estos grupos es clave para llegar al poder por lo que ambos partidos buscan siempre “ampliar la tienda”. Muchos de estos grupos incluso tienen nombres que los identifican como tal de manera explícita, como es el caso del partido republicano y grupos como “latinos for Trump”.
La batalla por el alma del partido.
Tras su segundo mandato, Barack Obama terminó su carrera política al haber alcanzado el límite constitucional y el partido demócrata quedó a la deriva, tratando de hallar una nueva identidad sin el líder que había sido la imagen del partido durante los últimos 8 años.
En las primarias demócratas de 2016 se luchó una suerte de batalla por redefinir lo que había supuesto el obamismo para el partido. Por un lado, la propuesta de Bernie Sanders colocaba los avances sociales en el centro y buscaba construir un partido demócrata que fuera más allá en iniciativas como el Affordable Care Act. Por el otro, la propuesta que se acabó imponiendo: Hillary Clinton. Para la coalición Clinton, los años de Obama significaron simplemente una leve actualización de lo que el partido demócrata había sido siempre: un partido de progreso social moderado con un líder carismático al frente.
La derrota frente a Donald Trump en las elecciones de ese mismo año llevó al partido a replantearse esta estrategia, pero finalmente las voces críticas que pedían un nuevo comienzo para los demócratas terminaron por ser silenciadas. La candidatura de Joe Biden (vicepresidente de Barack Obama) en 2020, con un nuevo rechazo a Bernie Sanders, supuso un nuevo intento de estrategia continuista para el partido.
La movilización en 2020 también fue destacable, pero en este caso no fue por la estrategia de comunicación empleada sino por el aprovechamiento de un sentimiento generalizado de rechazo a Trump que terminó por ser determinante. La coalición que alzó en esta ocasión a los demócratas al poder fue algo diferente, perdiendo a una gran cantidad de jóvenes y de trabajadores que ya comenzaron a acercarse al partido republicano. Esta nueva alianza contaba aún más con trabajadores de clase media y otros votantes moderados que terminaron descontentos con la gestión de Biden que calificaron de “demasiado izquierdista”.
La derrota de Kamala Harris en 2024 parece haber hecho saltar las alarmas en un partido demócrata que parece haber visto la marea del obamismo que comenzó en 2008 ya estaba, indudablemente, en retroceso.
¿Cuál es el futuro del partido demócrata?
Las primarias demócratas de 2028 prometen ser una batalla aún más intensa que las de 2016 y pueden decidir el rumbo del partido durante una larga temporada. Con un Trump que no podrá presentarse una tercera vez, la cosa se complica para los cálculos electorales. Por un lado, los azules pierden una de sus cartas más fuertes para movilizar votantes: el descontento con Trump. Por el otro, los republicanos tienen la difícil tarea de vender a votantes muy personalistas un nuevo candidato (previsiblemente el vicepresidente JD Vance).
Ante esta situación, en el seno del partido demócrata se están formando dos caminos, cada uno con sus líderes y su idea de una coalición ganadora.
Socialdemocracia ligera
Por un lado, tenemos el ala más socialdemócrata del partido (sin llegar verdaderamente a serlo) que ve ahora el momento perfecto para ponerse en el centro, triunfando donde Bernie Sanders fracasó en 2016 y 2020. La candidata principal y sucesora de Sanders es Alexandria Ocasio-Cortez, pero en los últimos meses ha emergido una nueva figura fuerte: Zohran Mamdani. Mamdani no puede ser candidato presidencial al no haber nacido en Estados Unidos, pero su posible victoria de la alcaldía de Nueva York en noviembre puede ser un potente apoyo para los demócratas más a la izquierda.
Se busca aquí recuperar la coalición que llevó al partido a La Casa Blanca en 2008, trayendo de vuelta al votante obrero y a los hombres jóvenes con promesas prácticas en forma de ayudas sociales.
Clintonistas
Por el otro, nos encontramos con una facción menos definida, pero que parece adherirse más a los valores tradicionales del partido demócrata: reformas sociales, sí, pero con moderación. Puede parecer un intento de hacer algo parecido a lo que pretendía hacer Hillary Clinton en 2016, traer de vuelta el partido de los años 90.
Esta visión de partido se aleja bastante de la que pueden tener nombres como los que hemos mencionado en el párrafo anterior, al final fue Bill Clinton quien dijo en 1996 “la era del gran gobierno terminó”. Los grandes nombres aquí son Pete Buttigieg (ex secretario de transportes), Josh Shapiro (gobernador de Pennsylvania) y, especialmente, el gobernador de California Gavin Newsom.
Esta ala busca reforzar la coalición existente durante los años de Biden, empleando como principal movilizador de votantes la recuperación de derechos sociales clave para algunos grupos de votantes como es el caso del derecho al aborto para las mujeres. Aquí también se busca recuperar a los hombres jóvenes, si bien la apuesta es más comunicativa, empleando formatos en auge como el podcast y una comunicación agresiva en redes sociales.
En definitiva, sobre la mesa aún hay muchos interrogantes, todo está en juego y partir de 2026 y las elecciones de medio término que este traerá veremos como lo que ahora son debates internos se transforma, cada vez más, en una guerra abierta por el Partido Demócrata.