
En un momento de bloqueo político a nivel nacional, Sánchez lleva ya tiempo poniendo en marcha una estrategia: el ministro-candidato. El presidente ha lanzado a una generación de ministros a reconquistar el poder autonómico.
Estos ministros-candidatos disfrutan de claras ventajas, pero todo puede acabar peor de cómo empezó. ¿Qué buscan exactamente con esta estrategia? ¿Es una solución o un signo de malos tiempos? Hablamos de un plan electoral, pero también de un nuevo modelo de partido.
¿Por qué esta estrategia?
Debemos preguntarnos qué lleva a Pedro Sánchez a apostar por esta estrategia. En clave electoral hay una razón más que evidente: la visibilidad de los ministros-candidatos. En otras palabras, hablamos de cómo de conocido es un político para la ciudadanía. Cuánta gente conoce/desconoce a un candidato es un buen predictor para saber quién va a ganar unas elecciones. De hecho, en los últimos años, con fijarte en los seguidores o menciones en Twitter ya puedes hacerte una idea más o menos fiable del resultado final.
Como es lógico, los ministros gozan de una exposición mediática envidiable. Cuando llevan a cabo una reforma política de su rama ministerial, son los encargados de darla a conocer. También la defienden en el Congreso, posiblemente contrastando y debatiendo con políticos de otros partidos.
De hecho, la multiplicación de ministros-candidatos es consecuencia de un experimento exitoso: Salvador Illa. El ministro de Sanidad que enfrentó al Covid apareció en televisión durante meses, prácticamente a diario, lo que le permitió hacerse más y más conocido ante el público. De hecho, aunque abandonó el Gobierno durante la tercera ola de la pandemia, el resultado en las urnas avaló la estrategia de Sánchez.
Sin embargo, si acudimos al CIS, nos encontramos con que 14 de los 22 ministros de Sánchez no son conocidos para la mitad de la población. Respecto a los ministros-candidatos, lidera la lista María Jesús Montero (86% de ciudadanos que la conocen), seguida por Pilar Alegría (50%), Óscar López (45%), Ángel Víctor Torres (35%) y Diana Morant (25%).
Como es lógico, según pase el tiempo y se acercan las elecciones en cada feudo, la popularidad de los mismos irá creciendo, pero es curioso el nivel del que parten algunos de ellos. Por otro lado, debemos tener en cuenta que son candidatos de oposición, por lo que se enfrentan a presidentes como Moreno Bonilla o Ayuso, que ya parten con buenos números en sus respectivos territorios.
Por lo tanto, parece que el ministro-candidato es una estrategia de ataque: en condiciones normales, un candidato autonómico del PSOE se enfrentaría a líderes autonómicos muy conocidos (Moreno Bonilla, Mañueco, etc.). Colocar a un ministro le permite, hasta cierto punto, igualar la balanza.
Por otro lado, el posicionamiento de ministros en territorios autonómicos no solo responde a cuestiones electorales, sino que también orgánicas. En 2023, el PSOE sufre un descalabro electoral, perdiendo la gran mayoría de sus feudos regionales. En las organizaciones autonómicas cala el pesimismo y las estructuras orgánicas se debilitan. Sin embargo, colocar a ministros como líderes territoriales busca la revitalización de estas federaciones. Llegan políticos muy conocidos por los militantes, se crea un puente directo entre Moncloa y los territorios y quién sabe si incluso se puede traducir en beneficios regionales. En definitiva, los votantes de estas regiones se motivan ante estos candidatos.
Ya para acabar, los ministros-candidatos sobre todo cumplen una función especial para el PSOE a nivel nacional: la homogeneización del mensaje político. Colocando a ministros para puestos autonómicos, Sánchez se asegura que prácticamente no haya discordancia entre el mensaje que llega desde la capital autonómica y la nacional. En momentos de especial presión para el PSOE nacional, un discurso interno más amable evita hurgar en la herida, no dar munición al adversario y blindar el partido. A día de hoy, sólo Page (aunque Barbón cada vez gana más protagonismo) se enfrenta a Sánchez ante los medios.
Más riesgos de los esperados
A pesar de que la estrategia del ministro-candidato parece provechosa, también esconde una serie de riesgos que hacen de la jugada un movimiento bastante más peligroso de lo que pensamos. Salta a la vista uno de los problemas de esta estrategia: no se puede estar en dos lados a la vez. Ser ministro no debe ser fácil, por lo que compatibilizar esas horas de trabajo con las de líder autonómico debe ser digno de workaholic (adicto al trabajo).
De hecho, estos candidatos dan la sensación de “llegar desde Madrid”, a pesar de ser naturales de las comunidades a las que vuelven. El ministro-candidato no es parlamentario autonómico y la gran mayoría de los días vive en Madrid, no en Zaragoza o Sevilla. Su madrilización provoca que no tengan muchas oportunidades de hacer oposición a Azcón o Moreno Bonilla, lo que puede debilitar su legitimidad territorial. Además, da la sensación de que no conoce tan bien el territorio, sus gentes o sus verdaderos problemas. El ministro-candidato podría parecer como impostado: el encargado de una sucursal política y sin identidad autonómica.
De hecho, antes decíamos que el ministro-candidato favorece al partido a nivel nacional, pues permite homogeneizar el mensaje e ir todos a una. Sin embargo, lo que da por un lado, lo quita por el otro. Un mensaje nacional, sin adaptación territorial, puede ser la tumba de un candidato autonómico.
Siguiendo la idea de Salvador Enguix, podemos contraponer la versatilidad del PP con la rigidez del PSOE. El Partido Popular ha conseguido amoldar un ideario general a la particularidad de cada territorio. A pesar de encontronazos y contradicciones eventuales, el PP es capaz de ofrecer moderación andaluza con Bonilla, neoliberalismo madrileño con Ayuso y conservadurismo gallego con Rueda. En cada territorio, cada líder autonómico conoce y se pliega a la faceta ideológica de su votante autonómico. En cambio, el PSOE y sus ministros-candidatos unifican el mensaje, por lo que sacrifican la adaptación territorial.
No solo es competir contra una derecha en el poder con cierto grado de sensibilidad, sino que el PSOE también se enfrenta a una izquierda regional (como Compromís) que sí sabe canalizar estos intereses regionales. En definitiva, es posible que la pérdida de adaptación suponga un castigo considerable.
Por último, la visibilidad con la que abríamos el apartado anterior también puede provocar que el tiro salga por la culata. Es muy importante no confundir visibilidad (reconocimiento) con popularidad (simpatía). Los ministros-candidatos son más conocidos que un político surgido desde la autonomía, pero esta visibilidad solo funciona como potenciadora de otra variable clave: la opinión sobre el Gobierno central.
Si al votante le gusta lo que está haciendo el PSOE a nivel nacional, es posible que el ministro-candidato (que queda vinculado a Sánchez) sea una buena estrategia. Esto explicaría el éxito de Illa en Cataluña, pues buena parte de la estrategia de Sánchez se ha basado en la reconstrucción de las relaciones entre Madrid y Barcelona.
En cambio, la “mochila del sanchismo” puede acabar siendo muy pesada, agravándose la situación si alguna reforma ministerial no sienta bien en el territorio donde uno tiene que aterrizar. El mejor ejemplo es Montero y la reforma para la financiación singular de Cataluña. Esta medida, según SocioMétrica, no gusta al 77% de la población. Si profundizamos, es una política que no gusta al 55% de los votantes del PSOE, por lo que es posible que en Comunidades como Andalucía sea una reforma no muy atractiva.
¿Qué nos dicen los números?
Vistas las ventajas y las desventajas del ministro-candidato, podemos preguntarnos qué está ocurriendo en aquellas comunidades en las que la estrategia ya se ha puesto en marcha.
Uno de los ejemplos más interesantes es la Comunitat Valenciana. Aquí, Mazón tenía cierto peso político hasta la dana, momento en el que su valor cae en picado para pesar de Feijóo. La situación favorecía considerablemente a Diana Morant, Ministra de Ciencia, Innovación y Universidades. Sin embargo, la ministra-candidata no ha sabido rentabilizar la situación. Ha llevado a cabo una estrategia errática, siendo a veces dura y otras más suave con Mazón.
Por otro lado, en una Comunidad como la valenciana es necesario cierto arraigo territorial. Mientras que el PSOE valenciano no ha aprovechado la situación, Compromís ha sabido mezclar presencia real, carácter valenciano y una oposición mucho más firme. Dado el desastre, algunos socialistas dentro de Valencia ya piensan que sería necesario un recambio antes de que sea demasiado tarde.
Otro de los grandes casos es Andalucía, un territorio históricamente socialista pero hoy monopolizado por Moreno Bonilla. La decisión de Sánchez de colocar aquí a María Jesús Montero es especialmente interesante, debido a que Bonilla será el candidato en 2026, pero muchos creen que ya no para 2030… ¿por qué no esperar? Las encuestas aquí apuntan a una nueva mayoría absoluta de Bonilla, mientras que Montero no solo no mejoraría la situación, sino que llevaría al PSOE andaluz a los peores resultados de su historia.
Uno de los resultados más amables sería el de Óscar López. Si bien Ayuso incluso aumentaría su mayoría absoluta, el socialista se colocaría por encima de Más Madrid, si bien hay que tener en cuenta que estos todavía sufren la crisis Errejón y no tienen candidato por ahora.
Por último, Aragón es un claro ejemplo de la necesidad que tenía Sánchez de homogeneizar el discurso. Sin embargo, Azcón mejoraría su situación en tres puntos, rozando la posibilidad de gobernar sin VOX, mientras que el PSOE aragonés caería en misma proporción. Si bien los socialistas piden más tiempo para darle la vuelta a la tortilla, ocurre como en Valencia: algunos creen que hay tiempo para explorar otro candidato.
El día de las elecciones
En definitiva, parece que incluso jugando la carta del ministro-candidato, la perspectiva electoral no es muy halagüeña en ninguno de los territorios. Por ello, es necesario preguntarse qué pasará el día de las elecciones, especialmente en el caso de derrota.
Será interesante ver si estos ministros-candidatos abandonan sus carteras ministeriales en campaña. Mantenerse como ministro hasta el día de la votación podría verse como una falta de respeto al territorio, mientras que dejar de ser ministro y no llegar a ser presidente autonómico les empuja a un desierto político del que sería muy complicado salir.
De hecho, esta idea es especialmente importante. Ya se ha destacado que, según varios análisis, la siguiente será la última legislatura de Moreno Bonilla. Si bien Azcón todavía disfruta de cierta frescura y estabilidad política, nadie sabe qué ocurrirá a medio plazo con Ayuso, mientras que todos sabemos lo castigado que está Mazón o el que le suceda. Es decir, parece que los tiempos invitaban a que el PSOE pasará unas elecciones de desgaste y atacar en las siguientes, con el PP a pie cambiado por tener nuevos candidatos.
Visto lo cual, es posible que la mejor estrategia en estos territorios hubiera sido un candidato de carácter más regional, que se forjara varios años en el parlamento autonómico a modo de oposición. En cambio, es difícil imaginar a un exministro pasando una legislatura en una cámara autonómica para que, cuando vuelvan a llegar las elecciones, vuelva a presentarse.
Por si fuera poco, la derrota de un ministro-candidato es doble. Falla la propuesta a nivel autonómico, pero sobre todo la intención de Sánchez. Si el PSOE andaluz vuelve a perder, se interpretará no solo como una negación al proyecto de Montero, sino también como un rotundo no a Sánchez.
Además, si el ministro colocado por Sánchez falla, el ruido interno a nivel regional se elevará. Las pocas voces que hoy en día se mantienen contra la dirección nacional justificarán su oposición poniendo como ejemplo que: (1) el proyecto estatal está bloqueado y (2) que este desgasta y va contra el interés territorial. En definitiva, menor disciplina regional.
Por último, la eterna pregunta: el sucesor de Sánchez. Posiblemente, un ministro-candidato ya no funcione (o lo haga peor) como relevo del presidente a nivel nacional. Volver a tu tierra reduce tu proyección como líder a nivel nacional, pero es que, si además pierdes ahí, adiós al valor político que te daba la cartera ministerial. Por suerte para el Sánchez del futuro, Illa sí venció en las suyas. Quién sabe qué pasará.