Hace pocos días conocimos la noticia del verano: Taylor Swift se casa. La cantante internacional anunció en sus redes sociales que su pareja, Travis Kelce, le había pedido matrimonio con un anillo valorado en torno al millón de dólares. Ahora bien, si echamos la vista atrás tan solo un año, Taylor Swift era también la protagonista de una guerra mediática contra Donald Trump, pues la cantante apoyó públicamente a la candidata demócrata Kamala Harris.

Sin duda, de primeras podría resultar extraño ver a la cantante más rica del mundo (con un patrimonio valorado en 1600 millones de dólares) ir en contra de un político cuyas medidas en el plano económico convergen con sus propios intereses. 

Más allá del cotilleo, este ejemplo ilustra un dilema central en la política contemporánea: la riqueza no siempre determina las preferencias ideológicas. Por otro lado, también se ha extendido el discurso de que “no hay nada más tonto que un obrero de derechas”. Siguiendo esta línea, también podemos pensar lo opuesto: “no hay nada más tonto que un rico de izquierdas”. Al fin y al cabo, una persona que debe aportar casi la mitad de sus beneficios a las arcas públicas siempre querría pagar menos y ganar más, ¿o no? En definitiva, hoy respondemos a la siguiente pregunta, ¿puede un rico ser de izquierdas? 

La identidad partidista como explicación

Lo primero que hay que aclarar es que lo que llamamos ser rico o pobre recibe el nombre de “factor socioeconómico». Esta es una de las principales variables que los politólogos consideran que puede explicar el voto. No obstante, al igual que para un obrero su prioridad puede ser la cuestión cultural o la seguridad de sus calles, un rico puede regirse por valores como la sostenibilidad climática o la defensa del colectivo LGTBI. Nuestro principal interés puede no ser económico.

¿Por qué? ¿Qué es lo que lleva a una persona a ir en contra de lo que en teoría serían sus intereses naturales? Pues centrándonos en los ricos, hablamos de la cuestión identitaria como explicación principal del comportamiento electoral.

Para ello, nos remontamos al libro The American Voter de la Escuela de Michigan, que ya en los años 60 afirmaba que la identidad partidista es el mayor anclaje psicológico que consolida las preferencias políticas desde una edad muy temprana. Es decir, no es la posición social la que explica el voto, sino la identidad que se genera de la misma y que sirve de filtro duradero para forjar opiniones respecto a políticas y candidatos concretos.

El embudo de causalidad describe cómo una serie de factores, que van desde los más amplios y estructurales hasta los más inmediatos y específicos, se combinan para influir en la conducta electoral. Fuente: The American Voter (1960)

Por tanto, la identidad partidista se forma a edades muy tempranas y es casi inmutable, debido a que cambiar de preferencias políticas sería ir en contra de uno mismo. Ahora la pregunta es: ¿por qué esta identidad es prácticamente inamovible? 

El primer factor es la familia. Utilizando un ejemplo sencillo, ¿cuántos padres e hijos hay que sean de equipos de fútbol diferentes? Nuestros familiares son clave para nuestra socialización temprana y, en general, tendemos a pensar bastante parecido a como piensan nuestros padres. El segundo factor es la edad. Investigaciones clásicas coinciden en que la adolescencia es la etapa decisiva en la formación política, donde shocks políticos (guerras, movimientos sociales…) dejan huellas ideológicas duraderas.

Asimismo, también se ha estudiado que dichas actitudes tempranas tienden a mantenerse y solo cambian en contextos realmente disruptivos. Así, un multimillonario que se socializó en un entorno progresista no cambia de ideología al acumular fortuna: sigue votando como el adolescente que fue, aunque sus intereses materiales hayan cambiado por completo.

Los políticos de izquierdas

El siguiente paso en esta discusión es profundizar en aquello que hemos ido obviando en la sección anterior: los políticos. Podemos estar de acuerdo en que ni Gabriel Rufián ni Yolanda Díaz ganan el mismo dinero que Taylor Swift. Aun así, están en los percentiles más privilegiados de los trabajadores españoles y son, a día de hoy, dos de los mayores abanderados de la ideología tradicional de izquierdas. 

Hay que puntualizar especialmente el “a día de hoy” porque no hace mucho tiempo que un hombre llamado Pablo Iglesias irrumpió en la política española rompiendo con todos los esquemas establecidos. Nacido del movimiento social del 15-M, su partido político Podemos logró más de 5 millones de votos y la presencia en el primer gobierno de coalición español de la historia. En cambio, todo su éxito se vio cuestionado públicamente al comprarse el famoso chalet en Galapagar de 600 000 €. Entonces, los ricos pueden ser de izquierdas pero, ¿los políticos de izquierdas no pueden ser ricos?

Pablo Iglesias al frente del movimiento del 15 M en la Plaza del Sol. Fuente: Diario Público

Estas cuestiones guardan relación con otro concepto esencial en el comportamiento electoral: la representación política. Hannah Pitkin, una de las politólogas más influyentes del siglo XX, distingue entre la representación sustantiva y descriptiva. Un político representa sustantivamente a sus electores siempre y cuando actúe de acuerdo a los intereses de estos. Por ejemplo, defendiendo políticas de intervención estatal o legislando a favor de subir impuestos a los ricos. 

Por otro lado, para representar descriptivamente a sus votantes, el político debe parecerse a ellos. Es decir, el votante tiene que verse representado en la imagen del político. Esto es una cuestión vital en Estados Unidos, donde la incorporación de senadores afroamericanos ha tendido puentes entre la comunidad negra y la política gubernamental.

Por ende, lo vivido con Pablo Iglesias se entiende como una traición sustantiva, aunque sea una incoherencia comparable a legislar en su contra. En este sentido, el problema no es tanto la riqueza en sí misma, sino la percepción de incoherencia: un político puede ser rico y de izquierdas, pero no puede dejar de parecer de izquierdas a los ojos de sus votantes

Cambio de eje cultural

Siguiendo con el ejemplo de Pablo Iglesias, este fue aupado por una crisis de representación en un momento en el que los ciudadanos no se veían reflejados en las acciones de los partidos políticos tradicionales. Asimismo, la caída del exvicepresidente es la otra cara de la misma moneda. Actualmente, los que antaño pudiesen ser los votantes potenciales de la izquierda, no se reconocen en dichos partidos. 

Los valores postmaterialistas como la ecología, la diversidad, los derechos humanos o el feminismo han cambiado a la izquierda para siempre. Por un lado, han atraído a aquellas personas pudientes que se identifican con posiciones respetuosas con las minorías o el cambio climático. Por el otro, y volviendo a Pitkin, han hecho que los que fueron sus votantes tradicionales dejen de reconocerse con su discurso y migren a formaciones que les brinden la seguridad que anhelan. Dichas formaciones de derecha radical son las que, al igual que Podemos hizo en 2015, canalizan el descontento de una población desconectada de sus dirigentes.

Competición electoral en España M. Romero, 2023 a partir de Oesch y Rennwald, 2018

Si tenemos en cuenta todo de lo que venimos hablando en el artículo, se puede concluir que la clase social ha dejado de ser el motivo principal por el que las personas se deciden por un partido u otro. Tanto los “ricos de izquierdas” como los “obreros de derecha” han dejado atrás las condiciones materiales que rigieron la política del siglo XX., girando a la dimensión simbólica de la política. 

Los primeros se preocupan por partidos que se alineen con sus valores éticos mientras que los segundos buscan valores más tradicionales como la seguridad, la nación o la cultura. Esto ha resultado en un cambio de paradigma en la política contemporánea: de un eje clase–redistribución hacia un eje cultural–identitario. La paradoja del ‘rico de izquierdas’ y del ‘obrero de derechas’ encuentra aquí su explicación: ya no votamos tanto por lo que tenemos en el bolsillo, sino por aquello en lo que creemos y con lo que nos identificamos.

El bolsillo ya no manda

Volviendo a la pregunta introducida en el título, hemos visto que por supuesto que un rico puede ser de izquierdas. En primer lugar, porque la identidad del partido fue construida mucho antes de que lograra hacerse millonario. En segundo lugar, porque los valores culturales cada vez son más importantes que el dinero que se tenga. ¿Qué implicaciones tiene este hecho? El aumento de discursos populistas que conecten mejor con las demandas simbólicas de los ciudadanos. Este giro obliga a las formaciones políticas a comprender que las identidades culturales pesan más que las condiciones materiales en la movilización electoral contemporánea. 

Como hemos visto con el caso de Pablo Iglesias, el votante busca a un igual detrás del dirigente. Busca verse reflejado en la persona a la que va a votar. En definitiva, la pregunta de si un rico puede ser de izquierdas nos lleva a constatar un cambio de paradigma: la clase social ha dejado de ser el eje central de la política, desplazada por identidades culturales y simbólicas que hoy estructuran la competición electoral en Europa. Por tanto, en este nuevo mar identitario, los políticos deben navegar en un nuevo eje que todavía está por explorar y cuyo destino puede ser una isla paradisíaca o quedarse a la deriva.

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por Abel Gómez Arévalo

Estudios Internacionales y Ciencias Políticas en la UC3M. Apasionado por la geopolítica, analizo el mundo a través de sus conflictos, alianzas y transformaciones. Siempre en busca de entender el poder detrás del mapa.

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