
La Generación Z nepalí (localmente llamados Genji) ha tomado las calles del país y, tras varios enfrentamientos con la policía y el fallecimiento de decenas de personas, ha conseguido la dimisión del primer ministro. Después de tres días de incertidumbre, las conversaciones entre las partes resultaron en el nombramiento de un gobierno interino encabezado por la primera mujer en gobernar la nación asiática, así como la convocatoria a elecciones anticipadas para el 5 de marzo.
El detonante inmediato del levantamiento fue la prohibición de las redes sociales en el país. Sin embargo, como todo en política, el problema viene de lejos y es mucho más complejo. Para explicar lo sucedido, hemos tenido la oportunidad de escuchar a quienes lo viven en primera persona en Nepal.
¿Han prohibido las redes sociales?
El Gobierno nepalí decidió bloquear el uso de más de 25 plataformas, incluidas WhatsApp, Instagram o Facebook. El argumento oficial es que estas no se registraron en el Ministerio de Comunicación antes de la fecha límite, un requisito gubernamental muy reciente.
La medida, que causaría conmoción en casi cualquier país, es todavía más impactante en esta nación. La sociedad nepalí es una de las que más tiempo pasa en redes sociales, siendo uno de los países asiáticos con mayor tasa de usuarios en el sur de Asia.
Por si fuera poco, las redes sociales también son sumamente importantes en términos económicos. En primer lugar, el turismo se ha convertido en un sector clave para la nación, que se promociona principalmente gracias a las redes y las interacciones. Por otro lado, es un punto de comunicación entre los nepalíes y sus familiares que trabajan en el extranjero, siendo la economía de Nepal muy dependiente de las remesas de estos (las cuales significan un 25% de la economía del país).
Por supuesto, los manifestantes apuntan a que, detrás de las explicaciones gubernamentales, la prohibición de las redes sociales responde a otra razón mucho más oscura. Las redes sociales han sido el espacio en el que los ciudadanos han denunciado la corrupción prácticamente sistémica de los políticos nepalíes. El bloqueo de este espacio es considerado como un intento por parte del Estado de censurar cualquier tipo de crítica política y la libertad de expresión.
“En Nepal, la corrupción está en todas partes”, comenta una joven nepalí que no quiso revelar su nombre, “desde pequeñas hasta grandes oficinas, cada año supuestamente se destinan millones de rupias a la educación y el desarrollo, pero no se observa ningún progreso. Los jóvenes nepalíes se ven obligados a emigrar. Pagamos impuestos por cada pequeña cosa, ¿a dónde van esos impuestos? ¿Qué pasa con el desarrollo de Nepal?”.
Los problemas de Nepal
La fuerza principal durante el levantamiento han sido los jóvenes, destacando los estudiantes de universidades e incluso colegios. Lógicamente, las nuevas generaciones son las que más afectadas se han visto por el bloqueo de las redes sociales, pero también son las primeras que han nacido tras la caída de la democracia pero sin vislumbrar mejoras sociales. Durante las manifestaciones, una pista nos permite comprender cuál es el motor del descontento: los usuarios que han publicado vídeos sobre las manifestaciones no han dejado de usar hashtags como #NepoBaby o #NepoKids.
“Nos indignamos aún más con la aparición de fotos de los hijos de esos líderes corruptos que viven en el extranjero, disfrutando del dinero que pagamos en impuestos”, comenta la misma joven, “llevaban bolsos y relojes caros. Por eso los genji creemos que necesitamos un nuevo gobierno. El gobierno corrupto tenía que irse.”
Nepo baby o nepo kid son unas expresiones empleadas para referirse a hijos de personas de clase alta e influyentes, quienes gracias a sus conexiones disfrutan de un mundo de oportunidades y, por supuesto, un horizonte mucho más cómodo en comparación al resto de la sociedad. En definitiva, la desigualdad social frente a una élite política es el quid de la cuestión.
El desempleo es uno de los impulsores principales del descontento. En 2024, la tasa de desempleo era del 13%, habiendo aumentado en un punto porcentual en comparación a cinco años atrás. Aunque a primera vista no es una estadística tan impactante, debemos tener en cuenta que la economía nepalí se apoya principalmente en la economía informal, por lo que una cifra del 13% supone mucho más de lo que el número nos dice en sí.
Además, la falta de oportunidades afecta especialmente a los más jóvenes, quienes han liderado las marchas estos días. Ante este panorama, muchos de ellos deciden emigrar. Se calcula que en el último año han sido 750.000 los nepalíes que abandonaron el país en busca de un trabajo mejor en el extranjero.
“No podemos conseguir trabajo en Nepal después de estudiar hasta los diecisiete años” concluye la joven nepalí, “¿Por qué nos obligan a estudiar coreano o japonés durante seis meses e irnos al extranjero? La respuesta es la corrupción. Durante treinta años, los mismos tres ancianos han gobernado el país a punta de corrupción. Por eso el país nunca ha progresado.”
Mientras la mayoría de la ciudadanía nepalí lo pasa mal, unos pocos presumen de una vida de lujos en, cómo no, sus redes sociales. Hablando de los nepo babies, no parece haber mejor ejemplo que el hijo y la nuera del ex primer ministro Sher Bahadur Deuba. Nepal es hoy en día, en palabras de Transparencia Internacional, uno de los países más corruptos de toda Asia. Políticos y funcionarios se reparten mordidas económicas gracias a contratos públicos y la política es para ellos un juego de poder en el que el bienestar social no es una prioridad. Para hablar de corrupción, debemos profundizar en el sistema político nepalí.
¿Cómo es la política nepalí?
País de mayoría hindú, enclavado entre China y la India, Nepal es una democracia muy joven. En 2008, el país se convirtió en una República luego del derrocamiento de la monarquía tras una brutal guerra civil de diez años entre el régimen absolutista y un conjunto de guerrillas opositoras (la mayoría vinculadas a facciones del dividido Partido Comunista). Pese a obtener la victoria militar, los comunistas no instauraron un sistema de corte soviético, sino que decidieron instalar un sistema parlamentario y federal. La actual constitución no entró en vigor hasta 2017.
Durante los últimos diecisiete años, el Partido Comunista Marxista-Leninista Unificado, el Partido Comunista-Centro Maoísta y el Congreso Nepalí (NC) se han alternado sucesivamente en el poder. Estos se han repartido carteras ministeriales y formado distintas coaliciones muy inestables, lo que se ha traducido en hasta doce cambios de primer ministro (generalmente entre los líderes de los partidos, Sharma Oli, Dahal y Deuba) en casi dos décadas.
Pese a exhibir una supuesta retórica ideológica, lo único que parece dividir a estas tres facciones ha sido la lucha por controlar el Estado para ejercer algo que en realidad los une a todos: la corrupción a gran escala. Hoy por hoy la mayoría de los manifestantes nepalíes coinciden en que las tres fuerzas son receptoras por igual del descontento. Todos los liderazgos han estado implicados en escándalos o evidenciado los privilegios cuyo rechazo se puede ver en las redes.
En los últimos años, el gobierno depuesto de Sharma Oli (de fuerte retórica nacionalista, acostumbrado a enfrentarse con la prensa, a dar declaraciones encendidas y a menospreciar a sus rivales políticos) se había estado volviendo cada vez más agresivo para con los críticos internos y la disidencia digital. El intento final de restringir el acceso a las redes sociales fue solo la punta del iceberg. Del mismo modo, el país ya venía experimentando un aumento sostenido de la protesta social el último año.
Así, organizaciones como Freedom House venían dado cuenta de una extraña dicotomía: mientras se producía deterioro de la libertad de expresión en el país (desde la aprobación de una controvertida Ley de Tecnologías de Información y Comunicación que, en aras de su supuesto objetivo para combatir ciberdelitos, podía dar margen para perseguir usuarios críticos, hasta la detención de figuras importantes del ámbito mediático), el ambiente parecía volverse más propicio para la realización de protestas y manifestaciones, aunque persistían los choques con la policía.
¿Fin de la crisis?
Los disturbios escalaron rápidamente. Las protestas, principalmente en Katmandú, derivaron en enfrentamientos con la policía y más de 30 fallecidos. A los días, el gobierno levantó el bloqueo de las redes sociales, pero no fue suficiente, pues la mecha ya estaba encendida. La dimisión del primer ministro y de varios de miembros de su gabinete fue el siguiente paso.
Si bien las noticias llegan a cuentagotas, parece que ya hay signos de cierto acercamiento entre las partes. Ante una eventual negociación, una de las grandes dudas era quién podía liderar cada uno de los bloques. Del lado estatal, tras la caída del primer ministro no estaba claro quién podría sucederle (de hecho, buena parte del cuerpo ministerial se había refugiado para tratar de esquivar a los manifestantes). Solo llegaban declaraciones institucionales del ejército, quien llamaba a la calma y aseguraba que emplearía los medios necesarios para frenar la violencia.
Del lado de los manifestantes, desde el inicio las marchas han sido organizadas de forma horizontal. Sin embargo, pasados los primeros días, parece que ha comenzado a cristalizarse una estructura mínima, o al menos eso dice un grupo que afirma representar al movimiento. Los líderes de este se reunieron con parte del ejército nepalí y conversaron sobre el futuro del país.
El primer paso lógico será la formación de un gobierno, aunque este punto sigue siendo prematuro. Por ello, se han estado dando avances en la creación de un gobierno interino. Para ello, los jóvenes apuntaron a la expresidenta del Tribunal Supremo, Sushila Karki, como la líder adecuada. Una serie de conversaciones entre representantes de las partes terminaron sin conclusión clara, pero fuentes internas aseguraron que el nombre de Karki era el que más consenso reunía. Al día siguiente, las sospechas se confirmaron y Karki se convirtió en la primera mujer que dirige Nepal. Su siguiente labor será la formación de un gabinete y tratar de resolver la crisis.
Lo más probable es que las demandas se centren en el apartado político, buscando ciertas reformas con las que revitalizar el sistema. La disolución del parlamento, la convocatoria de elecciones a corto plazo y algún mecanismo mediante el cual la ciudadanía pueda elegir directamente al primer ministro (hasta ahora, era el partido que llegaba al poder el que lo elegía). La limitación del mandato parlamentario y el del primer ministro también ganan fuerza.
En definitiva, el levantamiento de la Generación Z nepalí ha sacudido los cimientos de un sistema político que parecía inamovible. La dimisión del primer ministro y el inicio de conversaciones para un gobierno interino son pasos significativos, pero no suficientes para cerrar la crisis. El futuro inmediato sigue siendo incierto: aunque Sushila Karki aparece como la figura de consenso para encabezar el nuevo Ejecutivo, todavía no hay acuerdos definitivos. Debemos seguir de cerca el desarrollo de estas protestas.