
“Los alemanes lo hacen todo mejor”. Esta es una idea recurrente en toda Europa y se convirtió en el título de una de las obras de John Kampfner, quien alaba la estabilidad económica y política del país. En 2025, dos años después de la publicación de Kampfner, otro libro nos enseña que nada es para siempre, ni siquiera el modelo alemán: Kaput. El fin del milagro alemán, de Wolfgang Münchau.
La economía alemana no para de recibir reveses económicos. Un país acostumbrado al superávit en todo ha visto cómo su economía se contrae e incluso supera los tres millones de parados, una barrera que no sobrepasaba desde 2015. Todo milagro tiene fecha de caducidad. ¿Por qué fue Alemania quien lo encarnó, por qué se ha desvanecido y qué horizonte se abre ahora ante ella?
Las razones detrás del milagro
Acostumbrados a la superioridad alemana, nos puede parecer extraño que desde la reunificación comenzó a hacerse habitual el hecho de tachar al país como “la enferma de Europa”, pues sufría de desempleo masivo, de costes laborales excesivos y mil problemas económicos más. Sin embargo, una serie de planes económicos no solo consiguieron resucitar a un moribundo, sino convertirlo en un gigante lleno de vida.
El modelo alemán se basa en un par de principios económicos básicos. En primer lugar, los alemanes cuentan con un conglomerado industrial que supone más del 25% de su economía, la más alta entre los países del G7. A todos nos suenan los coches alemanes, pero también la industria química, eléctrica o la ingeniería alemana en general. Por si fuera poco, todo bajo una imagen de calidad, innovación y rendimiento, siendo Alemania el país que más patentes registra de toda Europa.
Por supuesto, de poco sirve producir si luego no lo vendes. Tras los gigantes chino y norteamericano, Alemania es el mayor exportador del mundo, con la economía más abierta de todo el G7. En total, las exportaciones alemanas suponen el 50% de su economía. Además, el sistema de producción se basa en salarios moderados y cooperación sindical, lo que permite a los empresarios reducir costes y volverse ultra competitivos, todo regado por reformas económicas enfocadas en la flexibilidad laboral y condiciones modeadas.
Sin embargo, la fortaleza alemana es también su debilidad. Su milagro económico es la suma de unos ingredientes que funcionan en conjunto y, con que solo uno se estropee, echa a perder toda la receta.
Nada es para siempre
El país que se enorgullece de haber dominado el mercado se ha vuelto, a fin de cuentas, dependiente del mismo. Alemania es una máquina que necesita de energía constante y, a poder ser, barata. Es aquí donde no solo Alemania, sino toda Europa se ha enfrentado al trilema energético: necesitamos seguridad de suministro, sostenibilidad ambiental y asequibilidad (precios asequibles), pero es prácticamente imposible tener las tres a la vez (de ahí la idea de dilema triple).
Nos gustaría tener energía continua, pero esto necesita de infraestructuras carísimas; también ser sostenibles climáticamente, pero la transición energética no es barata; y, por último, nos gustaría tener un suministro asegurado, pero eso implica seguir usando petróleo o carbón.
Europa confió durante años en Rusia como un socio energético estable, especialmente a través de los gasoductos Nord Stream, pese a las tensiones políticas. Sin embargo, desde 2022 Moscú convirtió el gas en un instrumento de presión geopolítica, reduciendo progresivamente los flujos hacia la Unión Europea. Esta estrategia impulsó a los países europeos a acelerar la reducción de su dependencia del suministro ruso, lo que derivó en cortes, tensiones en el mercado y un notable incremento de los precios.
Especialmente complicado fue para Alemania, que desde hace más de una década había activado un plan de Energiwende (transición energética), con medidas como el cierre de centrales nucleares que, en segundo término, le volvieron más dependiente del gas ruso. Tras cerrarse el grifo, los alemanes han tenido que reactivar centrales nucleares (adiós a la sostenibilidad) y además la electricidad les cuesta de media 20 céntimos por kilovatio hora, el triple que a sus competidores.
Además, los planes de ahorro y estabilidad alemanes provocaron que el país se olvidara de invertir, con una falta de visión a largo plazo increíble. Para que nos hagamos una idea, incluso en el centro de Berlín falla la cobertura y solo el 10% de los alemanes tienen fibra óptica (en España la cifra asciende al 80%). El país sufre de infraestructuras envejecidas y un proceso de digitalización retrasado, lo que lleva a encarecer los costes de producción y perder competitividad en ámbitos como las nuevas tecnologías.
La austeridad y rigidez laboral también afectan en clave interna. Al hablar de Alemania es común hacer referencia a que es un país rico de gente no tan rica, pues las desigualdades no hacen más que incrementarse entre ciudadanos, pero también entre territorios. Todo funciona además como la semilla de la que ha germinado finalmente el descontento político.
De hecho, volviendo al punto de la exportación, la industria automovilística ha sido la punta de lanza de la economía alemana. A diferencia de otros países como Estados Unidos o China, los alemanes apostaron todo a esta industria y las otras tres citadas. Sin embargo, la escasa inversión tecnológica y la obsesión por la industria tradicional les llevó a dejar pasar el tren del coche eléctrico.
¿Qué será de Alemania?
El derrumbe alemán, como es lógico, afectará primero a sus ciudadanos, pero es muy probable que el estruendo suene en el resto de Europa. El país es uno de los mayores contribuyentes de la Unión Europea, pero parece imposible que, dada la admiración por el ahorro, vaya a mantener su esquema de financiación en uno de sus momentos más complicados del siglo. De hecho, es incluso poco probable que otro país pueda asumir su papel como motor europeo, dado que los alemanes suponen un 20% de la economía y casi la misma cifra en términos poblacionales.
Los alemanes tienen un historial de recuperación increíble. La idea del “milagro alemán” viene por la rapidez con la que la Alemania Occidental pudo pasar de ser una economía en ruinas por la Segunda Guerra Mundial a, en pocas décadas, ser una potencia económica en toda regla. La década entre 1980 y 1990, tras la reunificación y su paso enfermizo, es otro ejemplo que se saldó rápidamente con un par de reformas.
El propio Münchau apunta a señales de que esta no será otra ocasión de revitalización. En ocasiones anteriores, los problemas eran de competitividad y de coste únicamente, pero ahora se añade que el modelo económico de Alemania está ya en fuera de juego, por los mercados tecnológicos que ya ha dejado pasar y que tanto tiempo les llevaría recuperar.
Sin embargo, sí hay un nuevo espacio económico en el cual los alemanes parecen dispuestos a entrar: el militar. La austeridad, a la cual se achaca parcialmente la situación crítica del país, dejó de ser la norma el 18 de marzo de 2025, momento en el cual la política alemana decidió tirar la casa por la ventana y aprobar un gasto en defensa sin igual. Sea al sector que sea, hablamos de un estímulo económico gigantesco, el cual sin duda beneficia primero al sector militar, pero que algunos creen que podría empujar a la economía en su conjunto.
Estas eran las promesas de los políticos (y del sector beneficiado), pero faltaban por llegar las de la academia. Un estudio demostró que el rendimiento del gasto militar es de 0.5, lo que viene a significar que cada euro invertido en defensa genera 50 céntimos de actividad económica adicional. Aunque pueda parecer un beneficio indirecto destacable, la inversión en aspectos como la infraestructura (de la que tanto carece Alemania) o incluso las guarderías duplican o triplican este retorno.
Si uno construye un tanque, su mayor preocupación será dónde aparcarlo y que no coja polvo (con la excepción lógica de una situación de guerra). Si uno construye una guardería, los padres tienen tiempo para trabajar más y los niños reciben una mejor educación.
Mientras tanto, Friedrich Merz, canciller alemán y del partido conservador, ya ha anunciado que se acerca el “el otoño de las reformas”, haciendo referencia a que los malos números económicos necesitan de un cambio de sistema. Sin embargo, parece apuntar al recorte social como objetivo principal, lo que choca con sus socios dentro de la gran coalición, los socialdemócratas. Quién sabe qué ocurrirá en esas negociaciones o si la crisis económica atraerá a la política, dejando al motor alemán todavía más gripado.