
La campaña presidencial de Donald Trump para 2024, junto con sus primeras acciones al asumir el poder de nuevo en 2025, ha reavivado una estrategia económica que suena a historia pasada: el proteccionismo comercial. Con el llamado “Día de la Liberación”, Trump lanzó una nueva ofensiva arancelaria global que va más allá de China o México, apuntando con especial dureza a la Unión Europea. El aumento de aranceles, acompañado de una retórica proteccionista de confrontación, ha alterado las dinámicas del comercio internacional. La escalada ha generado un clima de guerra comercial, marcado por represalias cruzadas y tensiones diplomáticas.
Sin embargo, esta estrategia no es nueva. En el siglo XX, varios países de América Latina adoptaron políticas similares bajo el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), con resultados que fueron mixtos o, en muchos casos, fracasados. ¿Está EE. UU. repitiendo una receta que no funcionó en el sur global?
La lógica del proteccionismo: Trump y la vieja teoría de la sustitución de importaciones
El modelo de sustitución de importaciones, que dominó en América Latina entre los años 30 y 70, se basa en la idea de proteger la industria nacional de la competencia extranjera a través de barreras arancelarias. La propuesta, influenciada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y economistas como Raúl Prebisch, sostenía que los países latinoamericanos debían dejar de exportar materias primas e importar manufacturas, y, en su lugar, desarrollar su propia industria.
Algo similar parece estar buscando Trump en EE. UU. Su discurso repite conceptos como “traer de vuelta el empleo industrial”, “poner a América primero” y “reducir la dependencia del extranjero”. A principios de 2025, impuso un arancel general del 10% a todas las importaciones, y del 60% a productos provenientes de China, ampliando las medidas iniciadas en su primer mandato. Además, aplicó un arancel del 50% a automóviles europeos, afectando directamente a Alemania, Francia e Italia. Estas decisiones reactivaron tensiones con aliados tradicionales, provocando respuestas de la UE y China, e intensificando una guerra comercial que impacta ya en las cadenas globales de suministro.
Desde un punto de vista teórico, estas políticas se fundamentan en la idea de que la economía internacional es una competencia de suma cero, donde proteger el mercado interno podría impulsar el crecimiento y el empleo. Sin embargo, la historia nos dice otra cosa.
América Latina: el momento en que el proteccionismo se volvió insostenible
La implementación de aranceles y subsidios en América Latina inicialmente permitió un cierto crecimiento industrial. En países como Argentina, Brasil y México, entre las décadas de 1940 y 1960, surgieron sectores manufactureros que antes no existían, abarcando desde la producción de automóviles hasta electrodomésticos. Según datos del Banco Mundial, la participación de la industria en el PIB de Brasil, por ejemplo, pasó del 11% en 1945 a cerca del 35% en 1975.

Sin embargo, ese impulso no pudo mantenerse. Las industrias protegidas se volvieron ineficientes y dependientes del apoyo estatal. La falta de competencia limitó la innovación, y los productos nacionales no lograban competir en el mercado internacional. Como señala el economista argentino Marcelo Diamand, crítico del modelo de Sustitución de Importaciones, se formó una “estructura productiva desequilibrada”: fuerte en el ámbito interno, pero débil en el externo.
Además, el aumento de los déficits fiscales, la inflación y la escasez de divisas debido a exportaciones debilitadas llevaron a crisis económicas recurrentes. A partir de los años 80, casi todos los países comenzaron a dejar atrás el proteccionismo en favor de políticas de apertura comercial, en el marco del conocido Consenso de Washington.
La lección fue clara: sin una integración efectiva en el mercado global y sin una producción eficiente, el proteccionismo no puede generar un desarrollo sostenible.
¿Puede funcionar hoy lo que no funcionó ayer?
Estados Unidos no es lo que eran Brasil o Argentina en su momento. Tiene una base industrial sólida, es la moneda de reserva mundial y cuenta con tecnología de punta. Sin embargo, ya se están sintiendo los efectos negativos del proteccionismo.
De acuerdo con el Peterson Institute, los aranceles impuestos por Trump podrían hacer que el PIB de EE. UU. disminuya un 0,5% y encarecer productos de consumo básico. La inflación, que ya estaba bajando después de los picos de 2022-2023, podría volver a superar el 5%, afectando el poder adquisitivo de la gente. Además, los sectores más perjudicados no son solo los manufactureros, sino también los consumidores, las pequeñas empresas que dependen de insumos importados y los exportadores que enfrentan represalias.
Desde la Cámara de Comercio de EE. UU. y el Consejo Económico Nacional han lanzado alertas sobre las distorsiones en la cadena de suministro. Además, países como China han respondido con restricciones sobre minerales estratégicos, lo que pone en riesgo sectores como el de baterías, defensa o semiconductores.
Los paralelismos con América Latina también se reflejan en el ámbito político. Al igual que en los años 70, el nacionalismo económico ha generado tensiones diplomáticas y resentimientos entre países socios. En el caso de América Latina, esto llevó a conflictos comerciales, inestabilidad institucional y una pérdida de confianza internacional.
Conclusión: ¿vieja receta, nuevos riesgos?
La historia económica nos enseña que el proteccionismo puede ofrecer beneficios a corto plazo, pero también puede llevar a desequilibrios estructurales a largo plazo. La experiencia de América Latina es un claro recordatorio: sin competitividad, apertura gradual y políticas industriales efectivas, cerrar el comercio no impulsa el desarrollo, sino que fomenta la ineficiencia.
Trump está apostando por una estrategia que pone en primer lugar a “America First”, pero que pasa por alto la complejidad de las cadenas globales de valor y las lecciones que hemos aprendido en el pasado. La política arancelaria no puede ser un objetivo en sí misma; debe ir de la mano con inversiones en innovación, capacitación laboral y cooperación internacional.
Como bien señaló el economista uruguayo Enrique V. Iglesias, expresidente del BID: “El desarrollo no se impone con barreras, se construye con productividad, educación y acuerdos.”