
El 26 de enero se celebraron las elecciones en Bielorrusia, la que es considerada la última dictadura de Europa. ¿Quieres saber más sobre ella? Alexandr Lukashenko, quien lleva gobernando el país desde 1994, ha vencido con el 88% de los votos, o al menos es lo que el Gobierno dice. El dirigente no tiene prácticamente oposición alguna y la poca que hay está de capa caída. A pesar de que sean consideradas una farsa por parte de los países Occidentales, los comicios nos han dado una excusa para abordar la considerada como “última dictadura de Europa”.
Aunque cueste creerlo, Bielorrusia no siempre ha sido un país totalmente dependiente de Rusia, a pesar de que su acercamiento ha sido gradual y hoy parece prácticamente completo, sobre todo visto su papel en la invasión de Ucrania. En 2020, durante las últimas elecciones presidenciales, reinó el optimismo y se vivió una de las movilizaciones democráticas más potentes de su historia, que algunos dicen que estuvo a punto de tumbar al régimen. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Deriva autoritaria
Lukashenko llegó al poder el 20 de julio de 1994, cuando se organizaron las primeras elecciones libres del país. Con un discurso nostálgico de la Unión Soviética y anticorrupción, el mandatario consiguió nada más y nada menos que el 81% de los votos. Los dos primeros años, Lukashenko se centró en cumplir sus promesas socialistas (doblar el salario mínimo, control de precios, nacionalización de empresas…), además de comenzar su acercamiento a Rusia.
Sin embargo, ya en 1996, las cosas se empiezan a torcer. Forzó demasiado la relación con Moscú, hasta el punto de que algunos ya no lo veían como una alianza, sino como una relación de dependencia. Con los años, las reformas políticas se han sucedido, todas erosionando el carácter democrático del país: desde asegurarse el control del parlamento, hasta eliminar la figura de la moción de censura o el límite de mandatos. Al fraude se le ha sumado la represión de la oposición, lo que le ha permitido “ganar” (nótense las comillas) siempre con más del 70%.
Sin embargo, el momento más importante en la última dictadura de Europa es ni más ni menos que 2020, en la última intentona de la oposición por desbancar a Lukashenko. A diferencia de los intentos anteriores, algo había cambiado. La represión ya había borrado del mapa a la mayoría de candidatos opositores, por lo que la contestación social ya no era algo de un par de partidos políticos, sino un movimiento mucho más amplio. Asimismo, durante décadas, Lukashenko fue capaz de escudarse bajo cierto crecimiento económico, además de que los lazos con Rusia se traducían en energía a un precio aceptable. Sin embargo, el Covid comenzó a hacer mella en el bolsillo de los bielorrusos, por lo que las razones para la movilización incrementaron.
Es en este momento en el que todos los grupos contrarios a Lukashenko se unen bajo el mando único de Svetlana Tikhanovskaya, la última candidata opositora. Esta se presentó a última hora, tras la detención de su esposo Serguéi Tijanóvski, que fue apresado poco antes de los comicios. De 6 candidatos, la lista de Tikhanovskaya fue la única que no se consideraba títere del gobierno. Durante estas elecciones, el fraude fue demasiado evidente, lo que detonó protestas históricas por todo el país. Los datos oficiales no daban a Tikhanovskaya más del 10% de los votos, mientras que los observadores internacionales le han llegado a adjudicar el 56%, lo que se traduciría en una victoria electoral en toda regla. Lukashenko se mantuvo con el poder tras obtener el 80% de los votos, o al menos eso dicen ellos.
Como es lógico, la oposición negó los resultados y comenzaron a salir a las calles. Las protestas masivas se sucedieron por todas las ciudades e incluso pueblos. Estas manifestaciones son consideradas las más grandes en toda la historia del país y duraron varios meses, pero la represión fue brutal. A diferencia de otras grandes manifestaciones como en Georgia o Ucrania, Bielorrusia demostró que a veces la movilización social no es suficiente, pues Lukashenko consiguió apuntalar su régimen. A Lukashenko no le tembló el pulso, llevando a cabo una operación de represión que se saldó con 37.000 detenidos en unos meses y las primeras sanciones económicas por parte de Estados Unidos y la Unión Europea.
Lukashenko posiblemente ya no pueda contar con el impulso económico para asegurarse a una parte de la ciudadanía de su lado (si bien el Estado ofrece una ingente cantidad de ayudas sociales y hay una tasa de paro bajísima). Asimismo, la durísima respuesta contra las manifestaciones le habrán granjeado más de un enemigo, pero sigue contando con la élite y burocracia bielorrusa, además de la fuerza. Sin embargo, no nos podemos olvidar de lo más importante: la gran relación entre este y Putin.
De hecho, a pesar de que Moscú no llegó a intervenir militarmente durante las manifestaciones (aunque se sopesó), sí envió periodistas, asesores de imagen e incluso organizadores para llevar a cabo marchas a favor del régimen. Profundicemos más en esta relación vital para la dictadura bielorrusa.
¿Cuál es su relación con Rusia?
La relación entre ambos países es temprana, pues nada más desaparecer la Unión Soviética ambos países ya comenzaron a estrechar sus lazos con varios acuerdos en materia económica, política y militar. Uno de los pasos más sonados lo dieron en 1999, cuando se creó el Estado de la Unión de Bielorrusia y Rusia. En este se sentaba la base jurídica para la integración de ambos países, pero la cuestión quedó más en algo simbólico, solo destacando la integración militar y no tanto la económica y política. Sin embargo, los pasos a favor de la integración se han ido sucediendo poco a poco. De hecho, Bielorrusia se ha ido uniendo a los distintos proyectos multilaterales que Rusia lidera para hacer frente a la OTAN y a la Unión Europea, como son la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y la Comunidad Económica Euroasiática.
Sin embargo, a Putin siempre le ha parecido que este proceso de integración no iba lo suficientemente rápido, pues Lukashenko siempre ha sido cuidadoso a la hora de preservar la soberanía de su país. A modo de ejemplo, Bielorrusia no reconoció a Crimea como rusa hasta 2021, mientras que todavía no ha formalizado el reconocimiento de Abjasia y Osetia del Sur como estados independientes.
Durante años, Lukashenko ha tratado de colocar a Bielorrusia como un espacio más o menos neutral entre Europa y Rusia, llegando a ser el escenario principal en las negociaciones para poner fin a la guerra del Donbás en 2014. De hecho, a pesar de que Bielorrusia ha sido considerado una autocracia desde hace mucho tiempo, la Unión Europea confió durante años en que todo podría solucionarse (como en otros países de la región), por lo que incluyó a Bielorrusia en varios de sus proyectos, como el de una Europa más amplia o la Asociación Oriental.
Sin embargo, todo cambió en 2020. Durante las semanas previas a las elecciones, Lukashenko siguió haciendo malabares diplomáticos e incluso acusó a Moscú de enviar mercenarios para sembrar el malestar. Con todo ello, la manipulación electoral, las movilizaciones sociales y la represión fue tal que Europa no dudó en rechazar a Lukashenko (aquí empiezan las sanciones económicas contra el país), por lo que a este no le quedó otra que agachar la cabeza ante Putin, el único que ofreció garantías al dirigente. Como ya se ha destacado, se llegó a sopesar el envío de fuerzas militares para sofocar las movilizaciones, pero todo apunta a que Putin llegó incluso a crear una fuerza policial especial ex profeso.
Hoy en día, la dependencia de Bielorrusia es todavía más clara, sobre todo desde las primeras sanciones de Occidente. Bielorrusia importa el 90% del petróleo que consume de Rusia, además de que la mitad tanto de sus exportaciones como de sus importaciones son con el gigante ruso. Putin, además, ha empezado a sacarle provecho a Bielorrusia, sobre todo a raíz de la invasión de Ucrania. De hecho, desde los primeros días de la invasión, Bielorrusia ha sido empleada como lanzadera para ampliar el flanco contra Ucrania, e incluso algunos informes han sugerido la participación de soldados del ejército bielorruso (reconocido por el propio Lukashenko). El país también ha sido clave en la desestabilización de la frontera con Europa a través de la guerra híbrida, como en las repetidas ocasiones en las que Minsk y Moscú han enviado inmigrantes a la frontera con Polonia.
¿Qué podemos esperar?
Respecto al futuro de Bielorrusia, es prácticamente imposible imaginar que pueda volver a la senda democrática mientras Putin siga en el poder. Si bien es cierto que Lukashenko parece querer evitar una integración plena, la cual sería irreversible, su unión con Putin es cada vez mayor.
En el ámbito militar es en el que menos dudas quedan, pues ambos países siempre han apostado por la integración en este ámbito. La ayuda que Bielorrusia está brindando a Rusia en la invasión de Ucrania es el último gran ejemplo de este proceso gradual y, de hecho, siempre ha sobrevolado la posibilidad de que Bielorrusia acabe uniéndose a la invasión, aunque en este debate hay argumentos fuertes tanto a favor como en contra. Por si fuera poco, Bielorrusia ya dispondría en su territorio de armamento nuclear de propiedad rusa.
Pero ojo, que la intención rusa parece ser clara. En 2023, un grupo de periodistas internacionales revelaron un documento, presuntamente filtrado por la administración presidencial rusa, que detallaba un plan de integración en distintas fases, con los ojos puestos en 2030.
Por otro lado, no es del todo imposible que Bielorrusia vuelva a alejarse de Rusia, pero sí un escenario complicado. Mientras Putin y Lukashenko se mantengan en el poder, la tónica parece que va a ser esta. Por otro lado, tampoco existe un esfuerzo claro por parte de Europa de dar alas a la oposición bielorrusa, sobre todo tras 2020, el momento de mayor optimismo. Es cierto que hoy en día Rusia está distraída en Ucrania, lo que ya ha provocado que no sea capaz de responder en otros escenarios (como Siria). Esto podría animar a los opositores bielorrusos a volverse a lanzar a la calle. Sin embargo, esto no son más que conjeturas, con una oposición política dormida y que durante estos días se ha enfocado únicamente en pedir el boicot de las elecciones.
En definitiva, parece que lo más posible es que sigamos viendo este acercamiento gradual, que solo podría ser interrumpido por un giro radical, como un fracaso estrepitoso de Rusia en Ucrania (y que implicara incluso el desastre económico y político en Moscú) o una removilización de la oposición en Bielorrusia, algo que tampoco parece probable.
[…] internacional. Esto es lo que explica que los estados con reconocimiento limitado como Taiwán, Abjasia, Osetia o Artsaj hasta hace poco tengan dificultades para actuar en el plano internacional, al no poder […]